Alma, sensación y mundo: su vida secreta en Grecia

AutorÓscar González Castán
Páginas237-288
Alma, sensación y mundo: su vida secreta en Grecia
Óscar L. González-Castán
INTRODUCCIÓN
os discursos sobre el alma en Grecia no tienen límites. Les sucede lo mismo
que lo que Heráclito dijo a propósito de lo que ellos hablan: «Los límites del
alma no los encontrarás andando, aunque recorrieras todos los caminos; tan
profundo fundamento (lÒgoj) tiene» (22 B 45, Diógenes Laercio, IX 7). Sin embargo,
a pesar de las advertencias contenidas en este texto de Heráclito, puede decirse, sin
temor a caer en la exageración, que la cultura griega ha estado volcada en la tarea de
encontrar los límites del alma y el discurso adecuado para hablar de ellos. Es toda una
cultura la que se ha puesto en marcha hacia esta posibilidad, desafiando la sabiduría
oracular de los primeros pensadores arcaicos de los que tenemos noticia. Durante si-
glos, los mitos, la poesía en todas sus facetas, desde la lírica y la épica hasta la tragedia
ática de Esquilo, Sófocles y Eurípides, la religión, el pensamiento filosófico, la retóri-
ca, el arte, la medicina, la música y la gimnasia, han hablado del alma de muy diversas
maneras. La profundidad y densidad de todas estas manifestaciones culturales, en la
amalgama peculiar en la que además se dieron muchas de ellas, es reflejo de la pro-
fundidad y densidad del lugar que ocupa el alma en Grecia.
El texto de Heráclito quiere advertirnos de dos cosas. En primer lugar, que cual-
quier camino que se recorra, también cualquier camino de pensamiento, es insuficiente
para encontrar los límites del alma. Es más, Heráclito sostiene que ni siquiera todos
los caminos a la vez nos pueden llevar a tocar estos anhelados límites. Ningún radio
que parta del lugar en donde nos encontramos, como tampoco su totalidad, nos condu-
cirán hasta ellos. Este hecho indica la necesidad de sopesar si acaso no sucederá más
bien que el alma no tiene realmente límites, en lugar de considerar que sí los tiene pero
que nosotros no somos capaces de encontrarlos. En segundo lugar, Heráclito decla-
ra que la imposibilidad de alcanzar los límites del alma se debe a su fundamento, a su
razón, a su logos. Este fundamento y razón no hay que buscarlo en la llanura, sino en
la profundidad. Los límites del alma no se nos muestran como un horizonte que cons-
tantemente se nos aleja cada vez que nos ponemos en camino hacia él, lo cual podría
ser otra forma de entender por qué todos los caminos son incapaces de alcanzarlo. Se
L
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trata ante todo de que la profundidad en la que se halla lo que auténticamente es alma,
vida, subjetividad, es insondable. En esta profundidad están sus límites. El límite del
alma es esta profundidad misma. No hay cuerda ni teoría que el ser humano pueda
arrojar para intentar alcanzar estas profundidades, para tocar fondo. Y si las hubiera,
jamás podría recorrerlas, tan ilimitadas serían. Lo cual quiere decir, si jugamos con la
polisemia del término griego, que el logos, el fundamento del alma, no puede decirse
porque no hay logos, discurso auténtico y legítimo, sobre él. Así es Heráclito, «El
Oscuro», el paradójico, como le apodaron en la Antigüedad. Pero es que, además, el
límite del alma no está sólo en una profundidad abisal sino al final y como al otro lado
de una densidad cada vez más impenetrable. El adjetivo baqÚj que aparece en la sen-
tencia de Heráclito y que se vierte siempre como «profundo» quiere decir igualmente
«denso». La última frase de Heráclito se podría, pues, haber traducido también de esta
otra manera: «tanta densidad tiene su fundamento». Si, finalmente, unimos los dos
sentidos de este adjetivo, tendremos que los límites del alma residen y consisten en un
fundamento ilimitadamente profundo e increíblemente denso. Ningún camino nos
permitiría encontrarlos.
No hay, por tanto, atajos posibles para llegar a ellos. Y es que no los hay en el pen-
samiento y menos aún para las cuestiones que más importan. ¿Cómo podría haberlos
si ni siquiera todos los caminos son suficientes? Y, ¿acaso hay algún problema que nos
importe más que el referido al centro de lo que somos? Hay que renunciar de entrada
a todo intento, que sería siempre infructuoso y limitado, de hablar del alma en Grecia.
Sí se puede, en cambio, buscar guías para hacerlo y, sobre todo, guías capaces de
adentrarnos hasta un lugar próximo a lo inaccesible. Buscaremos esta orientación con
Platón y Aristóteles. En ellos se condensa el desafío más atrevido y lúcido que cono-
cemos en Grecia a la sentencia de Heráclito. Incluso con ellos habremos de contener
nuestras pretensiones, pues para llegar hasta donde ellos fueron capaces de hacerlo se
requeriría un camino mucho más largo que el atajo que nosot ros podemos ahora recorrer.
Sin embargo, la vista desde él nos permitirá comprender algunas de las cuestiones más
difíciles y con más repercusiones en la historia de la filosofía y de la psicología que tie-
nen que ver con el alma, con su naturaleza y estructura y con las operaciones que realiza.
Este atajo es el que proporciona el análisis de las sensaciones. Toda sensación mira
hacia el alma, que es la que siente, y mira también hacia algo distinto de sí y del alma,
que es la cualidad que siente el alma en esa sensación. La intersección entre el alma, las
sensaciones y el mundo forma un entramado sobresaliente de problemas que, por de-
trás de su aparente especificidad, nos abre un campo de pruebas amplísimo en el que
sopesar muchas posibilidades que el pensamiento se ha dado a sí mismo. En el caso
de Platón nos centraremos en algunos temas de su diálogo Teeteto. Con Aristóteles
habremos de ocuparnos de su tratado central sobre el alma. Y todo ello para que nos
sirva de iniciación al pensamiento sobre la verdad y el ser.
ALMA, SENSACIÓN Y MUNDO: SU VIDA SECRETA EN GRECIA 239
1. PLATÓN: LA FACILIDAD DE LA TEORÍA PURA
1.1. La potencia de sentir o ¿dónde está el dualismo platónico?
Teeteto es una pieza clave maravillosa en el pensamiento de la Grecia clásica sobre el
alma. El diálogo bien podría haber pasado a la posteridad con el subtítulo de Sobre el
alma, si no fuera porque es la filosofía de Platón en su conjunto la verdaderamente mere-
cedora de este título. Siempre se ha considerado la temática de este diálogo platónico
como eminentemente epistemológica. En él, Platón, al contrario de lo que había in-
tentado hacer en República, habría volcado una visión crítica sobre el conocimiento
en el sentido de que el diálogo da una respuesta constantemente negativa a los diver-
sos intentos de definir el conocimiento que emprenden Sócrates y el joven Teeteto,
brillante matemático a quien Euclides y Terpsión recuerdan al comienzo del diálogo
con profunda admiración y cariño cuando reciben con tristeza la noticia de que ha
vuelto mortalmente herido de la batalla de Corinto. Sin embargo, es evidente que el
diálogo tiene también inevitablemente un cariz ontológico. Por lo que respecta al tema
que nos interesa, a lo largo de él se descubren y proponen tesis fundamentales acerca
de la existencia, naturaleza, constitución y funciones del alma humana. En el fondo,
lo que se muestra en este diálogo es la imposibilidad de tratar separadamente las cues-
tiones ontológicas referidas al alma y al mundo de las cuestiones epistemológicas
acerca de qué puede conocer el alma del mundo y cómo.
Para comenzar a tratar directamente todas ellas nada mejor que situarnos de golpe en
el corazón de la teoría platónica cuando Sócrates y Teeteto creen haber encontrado la
refutación definitiva de la tesis del joven matemático según la cual el conocimiento autén-
tico es sensación. El argumento refutativo comienza a presentarse de la siguiente manera
(184c-186e).1 Platón se pregunta cómo podemos tener noticia de lo que es común a varias
sensaciones pues es claro que hay conceptos que usamos para hablar de multitud de ellas,
unos conceptos cuyos referentes no son ni pueden ser, sin embargo, estrictamente senti-
dos, aunque, como veremos, sí pensados. El argumento para llegar a justificar cómo pue da
darse esta posibilidad, con la que contamos constantemente a diario cuando decimos cosas
tales como que el color del pantalón no es igual que el de la camisa o que el instrumento
ha tocado dos notas, concluye con la afirmación evidentísima de que debe existir algo, una
única entidad, gracias a la cual podamos pensar y conocer lo que es común a una plurali-
dad de sensaciones. Los griegos llamaban alma (yucˇ) a esta entidad, pero Platón deja
abierta la puerta para que se la llame con otro nombre que quizás pueda serle más conve-
niente. Las tradiciones filosóficas y psicológicas posteriores a Platón han bautizado tam-
bién a este tipo de ser como anima, subjetividad, sí mismo, mente, yo o conciencia, entre
otros, aunque estos conceptos tengan sentidos muy diversos. Pero Platón no quiere discu-
tir sobre palabras.
1 A partir de ahora debe entenderse que todas las citas son de este texto platónico. Los textos clásicos
se citan de la manera habitual.

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