Los confines de la materia

AutorCarmen Mataix
Páginas113-145
Los confines de la materia
Carmen Mataix Loma
INTRODUCCIÓN: DEFINICIÓN DE MATERIA
esde la primera infancia nos acostumbramos al mundo que nos rodea, per-
cibido a través de nuestros cinco sentidos; es en esta etapa del desarrollo
mental cuando se constituyen los conceptos fundamentales de espacio,
tiempo y movimiento. La mente no tarda en aferrarse a estas nociones, hasta tal punto que
más tarde llegamos a creer que nuestra imag en del mundo externo, basada en ellas, es la
única posible; imaginar la menor transformación nos resulta paradójico.»1 Sin embargo,
parece que fueron los griegos los primeros que de una manera sistemática y racional
plantearon ya la posibilidad de un mundo que tal vez no es como parece. No solamente
el espacio, el tiempo y el movimiento, como afirma Gamow, sino algo aún más funda-
mental, la materia misma, eso de lo cual parece estar hecho todo lo que captamos por la
experiencia, y que por lo tanto resulta ineludible (tan ineludible que Gamow ni lo mencio-
na), también fue puesto en cuestión por los primero s filósofos para llegar a saber qué es,
qué entidad tiene. Ello requiere acaso abandonar el conocimiento sensible para acceder
a un conocimiento más profundo, o puede que, al contrario, aceptar lo que los sentidos
ofrecen de una manera inmediata. Pero antes de decidirse a explorar uno u otro camino
se trata de saber qué entendemos por materia.
Recurriendo a la etimología, la palabra viene de mater, «madre», y ha dado lugar
a la expresión «madera». El tema que se va a tratar aquí, como lo plantearon los
griegos desde un principio, hace referencia a las dos acepciones. Por un lado se en-
tiende la sustancia esencial de la que están hechas todas las cosas que llamamos
materiales, que en su mayor parte fueron construidas de madera: muchos de los ins-
trumentos de labranza, las casas, y edif icios públicos, así como los teatros. No obstan te,
la pregunta por la materia no es tanto cuestionarse cuál es el elemento que más se
ha utilizado, sino qué es aquello que compone todo, la madera incluida. En realidad,
al hacer esta pregunta no nos estamos refiriendo a ninguna materia en concreto,
aunque en algunos momentos la respuesta se haya centrado en una, o varias, como
1 G. Gamow, En el país de las maravillas, México, FCE, 1958, p. 9.
«D
114 ÁTOMOS, ALMAS Y ESTRELLAS
los cuatro elementos, considerándolos esa sustancia primigenia que forma todo. Se
trata pues de indagar en lo que subyace, lo que está por debajo de la variedad y di-
versidad de cosas que configuran el mundo material, para saber cuál es el tejido, la
estructura esencial.
Pero en la misma pregunta reside otra que hace referencia a la otra acepción de la
etimología (madre): la que se cuestiona el origen último, el principio de dónde todo
procede.
Una de las características del mundo material es que es el primero al que accedemos
por los sentidos, es decir, el contenido inmediato del conocimiento empírico. De los senti-
dos, el fundamental es el del tacto: a él la materia se opone, se enfrenta y se presenta como
masa, como mole. Sin embargo, a la hora de analizarla, la mirada no se dirige a esta o
aquella materia, sino que, superando la pluralidad que manifiesta, intenta precisamente
explicarla mediante la búsqueda de un elemento único, común a todo. Para eso, tiene que
ir más allá, trascender lo meramente empírico, ahondar, profundizar y traspasar el umbral
de los sentidos ante los que se hace patente —esta o aquella materia—, y d escubrir lo que
no es apreciable por los sentidos, aunque ellos den cuenta de su existencia, que es princi-
pio único, fuente y origen de todo lo que éstos nos muestran.
Por eso el tema se presenta paradójico. La materia es el objeto fundamental del
conocimiento sensible; es un mundo que resulta incuestionable porque lo tenemos
al alcance de la mano en sentido literal; sin embargo, el sujeto receloso ante la evi-
dencia de los sentidos no se deja engañar ni seducir por la apariencia e intenta des-
cubrir lo que no se ve, lo que no es tan patente, lo que se supone que nos queda
oculto. Podría preguntarse: ¿por qué buscar la materia más allá de lo que se nos
ofrece a los ojos, o al tacto? Pues precisamente porque lo que nos muestran los sen-
tidos es un despliegue inmenso, una pluralidad y diversidad de cosas materiales, un
mundo insondable en su variedad, y además sometido a un cambio incesante. Pero
conocer es algo más; no se reduce sólo a la contemplación pasiva de esa pluralidad,
sino que intenta indagar de dónde sale toda esa multiplicidad de elementos y si es
posible reducirlos a un número limitado que constituya los ingredientes esenciales
de la composición de la naturaleza.
Por tanto, este tema se ha planteado ya desde el primer momento de reflexión en
el mundo griego en su doble vertiente: la pregunta por el origen de todas las cosas y
la indagación por el elemento último que compone todo. Pero también ha pretendido
dar respuesta a una doble cuestión: la pluralidad de lo que existe y el cambio. Una sola
cosa, siendo una, pasa sin embargo por diversos estados diferentes, incluso contradic-
torios, y este peculiar fenómeno forma parte del mismo interrogante. El continuo cam-
bio, la incesante aparición de cosas nuevas, o la constante desaparición de las que
había, ha sido una cuestión recurrente, un problema que ha seguido suscitándose y
para el que se han proporcionado soluciones distintas a lo largo de la historia de la
filosofía y de la ciencia, dando lugar en cada época a respuestas diferentes y peculia-
res. El espectáculo del despliegue autónomo de la naturaleza ha despertado y lo segui-
rá haciendo el asombro del hombre a lo largo de los siglos.
LOS CONFINES DE LA MATERIA 115
Por otra parte, las soluciones que se han dado ante la búsqueda de uno o varios
elementos que constituyan la materia, el entramado último que forma todo y que ex-
plica sus cambios, han sido de dos tipos diferentes:
Algunos se han centrado en un elemento único, que configura todo y que llena todo;
no hay huecos. Conciben así un universo compacto, macizo, si n fisuras. Es un modelo de
continuidad, por decirlo en otros términos.
Frente al planteamiento anterior, otros han pensado que por debajo de lo que nos
muestran los sentidos se esconde también una pluralidad, más o menos homogénea,
pero instalada en un inmenso vacío en el que todo y todos estamos inmersos. Sería un
modelo discontinuo.
Ambos sistemas se han dado en diversos momentos de la historia y a veces han
coexistido; pero su explicación y sus consecuencias son muy diferentes a la hora de
explicar cómo es, en definitiva, el mundo en el que vivimos y la naturaleza de la que
nosotros mismos formamos parte.
Concretamente en los griegos se han dado los dos modelos a los que nos estamos
refiriendo. Sambursky2 señala incluso tres diferentes planteamientos: el modelo meca-
nicista, el cuantitativo y el matemático.
El primero de estos modelos es el que vamos a tratar más ampliamente y estará
representado en un primer momento por Demócrito y Leucipo y, posteriormente, por
Epicuro y Lucrecio.
El planteamiento cualitativo sería el desarrollado por Aristóteles, que fue poste-
riormente aceptado y cultivado por los estoicos y llegó a ser la doctrina dominante
durante la Edad Media.
La teoría geométrica de la materia, iniciada por Pitágoras, sería desarrollada des-
pués por Platón, aunque posteriormente quedó eclipsada por la de Aristóteles, hasta
el resurgimiento del neoplatonismo en los siglos V y IV a. C.
Planteamiento del problema: Heráclito y la Escuela de Elea
Después de los primeros intentos de focalizar la esencia y el origen de la materia en
una de ellas, como hicieron Tales en el agua o Anaxímenes en el aire, fue la Escuela
de Elea, encabezada por Parménides y con seguidores tan representativos como Zenón
o Meliso, la que planteó el problema en unos términos que han sido la fuente para las
ulteriores interpretaciones que se han dado sobre la materia. En Elea, un pueblecito
en el sur de Italia, se cuestionó un tema fundamental, el del cambio, haciendo hincapié en
lo que éste tiene de negativo: el «no-ser». En principio se trata de una cuestión tan
simple como ésta: cuando se dice que A ha cambiado a B, se plantea que A ya no es
A, por lo tanto todas las teorías que expliquen o hagan uso de la idea de cambio están
recurriendo a un concepto, si se puede llamar así, tan equívoco como el de «no-ser».
2 S. Sambursky, The physical World of Antiquity, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1962.

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