La azucarera del mundo

AutorJuan Bosch
Páginas263-284
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Capítulo IV
La azucarera del mundo
Cuando el mes de enero llega, y con él la maduración de las cañas y el
inicio de las moliendas, comienzan a humear las altas chimeneas de la-
drillos, casi siempre pintadas de blanco; que en medio de los cañaverales
denuncian a distancia la presencia de los ingenios o centrales. Ciento
sesentiuna de esas fábricas de azúcar pueblan la isla, de un confín al
otro, y todas juntas producen cerca de cuarenta millones de sacos del
dulce grano, cada saco con trescientas veinticinco libras.
Durante cuatro meses el aire de los campos cubanos huele a melaza,
a jugo fermentado, con estimulante y grato olor; la y noche se oye el
pito poderoso y triste de las locomotoras y el jadear de los trenes, que
acarrean caña hacia los ingenios; se oye de trecho en trecho, allí donde no
han sido sustituidas por camiones y rastras mecánicas, el chillido de
las carretas que tambalean por los caminos, meciéndose al tardo paso
de las yuntas, y el oprimente grito de los boyeros; y a la luz del sol, entre
los claros del fruto ya cortado, se ven brillar las mochas con que el
cortador abate a montones el dulce tallo.
Es la zafra, la época dorada y feliz en que los hombres trabajan, son
los días de la relativa abundancia, la de poder pagar la deuda del médico
y del boticario, la de comprar ropa a la mujer y a los hijos. Es la zafra,
ese primer tercio del año durante el cual cerca de trescientos cuarenta
millones de dólares se pagan en jornadas a más de cuatrocientos mil
obreros, en cuyos hogares, que van desde casas del Vedado, en La Ha-
bana, hasta humildes bohíos de yagua de las montañas reinotas, ese
dinero entra vivificando la apagada luz de las cocinas, alegrando con
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juguetes nuevos la inocencia infantil, calentando con nuevas esperan-
zas el corazón valiente y amoroso del cubano.
Cuba destina a la siembra de la caña más de veinticinco mil kilóme-
tros cuadrados, y por esa enorme superficie circulan infinidad de camio-
nes y carretas dedicados a la carga del fruto y cruzan once mil doscien-
tos kilómetros de vías férreas –siete mil de ellos de vía ancha–, por los
cuales se deslizan sin cesar, en los meses de la zafra, cerca de mil loco-
motoras, más de doscientos motores de gas, más de treintaicuatro mil
jaulas de transportar caña, casi mil casillas y casi dos mil carros destina-
dos a varios usos. Se ignora la cifra exacta de millones que vale ese cúmulo
de bienes, pero puede estimarse en mucho más de un billón de dólares
(mil millones) si se piensa que en 1951 la central Portugalete, cuya pro-
ducción es más bien pequeña (ciento veintisiete mil sacos de trescientas
veinticinco libras en (950), se vendió en dos millones, según las cifras que
se dieron al conocimiento público. Si ese precio lo alcanzó una fábrica
modesta, sin refinerías y sin puertos de embarque en las inmediatas cer-
canías, bien puede uno suponer cuál sería el de monstruos industriales
como el Delicias, el Jaronú, el Morón y el Preston, por ejemplo, con pro-
ducción superior a un millón de sacos cada uno, verdaderos modelos en
su género, mundos de catalinas, calderas y dínamos, donde todo es me-
canizado y todo tiende al mayor aprovechamiento del jugo de la caña.
Como de los ciento sesentaiún ingenios y centrales que muelen en
Cuba los más recientes –muy pocos por cierto– tienen más de veinticinco
años de establecidos, y los hay de hasta 1840; y como la gran mayoría
de ellos han venido sufriendo transformaciones a través del tiempo, es
difícil, y casi imposible, sobre todo dadas las tremendas oscilaciones
habidas en la cotización de la moneda en todas partes, especificar con
exactitud cuánto dinero se ha invertido en la industria azucarera del país
para llevarla al actual grado de producción. Por otra parte, las tierras des-
tinadas a la siembra de la cala varían mucho de precio, y algunas no
son propiedad de las centrales. Los dueños de la industria rehúyen dar
cifras. Por número de ingenios, la mayor parte son cubanos, los cuales
poseen ciento trece unidades. Los estadounidenses son dueños del cua-
rentaitrés por ciento, esto es, de cuarentaiún ingenios, si bien la produc-
ción de los suyos es casi igual a la de los ciento trece que tienen los

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