Apuntes de psicología nacional

AutorJuan Bosch
Páginas193-213
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Capítulo I
Apuntes de psicología nacional
Mientras como en un restaurante, mientras cruzo en automóvil por las
calles de La Habana, o mientras espero a un amigo, sentado a la mesa de
cualquier café, veo pasar a la mujer cubana y me pregunto cómo y por
qué es tan bella y en qué consiste que en Cuba abunde la mujer de
resplandeciente atractivo.
Habitualmente, cinco detalles se destacan en ella: el pelo, siempre
bien arreglado, limpio y sano, no importa su color; los ojos, por lo general
grandes, brillantes y alegres, sean negros, azules o castaños; la boca, fácil
a la sonrisa, cuidada y de dibujo atrayente y sensual; la piel, brillante,
saludable, grata; y el porte, impresionante, altivo y sin embargo, natural.
Los periódicos publican profusas fotografías de reuniones sociales,
de matrimonios y fiestas; y en ellas sorprende el alto número de damas
y muchachas deslumbrantes. Hojeando esos periódicos o admirando a
la cubana en la calle, se advierte que el tipo de belleza femenina de la isla
no es el mismo de Europa –o de los diversos que predominan en Europa
ni de Estados Unidos. Hay algo distinto y de mayor fuerza en la mujer
de Cuba; además, ese algo ilumina con hechicero resplandor el contor-
no y la sonrisa de la blanca, de la mestiza y de la negra. El atractivo de
la cubana tiene su razón de ser en una actitud ante la vida; es un fenó-
meno de origen psicológico.
Cierto día hablábamos con un habanero; sus interlocutores éramos
dos extranjeros. Brillantes los ojos, abierto en la expresión, aquel haba-
nero parecía ebrio; sin embargo no sólo no había bebido, sino que jamás
bebe licor alguno. El alcohol tiene la virtud –o el peligro– de anular
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las inhibiciones. Y en Cuba la gente parece vivir borracha, a pesar de
que habitualmente consume poca bebida espirituosa. Es que el cubano
padece el mínimo de inhibiciones de que es capaz un ser humano.
Y es ahí donde se halla la explicación del hechizo con que la mujer
de la isla atrae sobre sí la atención del extraño: se expone tal como es, sin
reserva ni miedo alguno, satisfecha de sí misma, con la jubilosa y total
satisfacción de ser mujer y de ser cubana; y como la ausencia de com-
plejos confiere un alto grado de salud psicológica, a la mujer de Cuba
se le ve de lejos esa salud, como si llevara un sol por dentro. Segura de
sí, camina con paso firme, erguida y natural, casi siempre iluminado el
rostro por una brillante sonrisa. La cubana es la más femenina y sin
embargo la menos coqueta de las mujeres. Atrae al hombre de manera
espontánea, sin hacer esfuerzo alguno. La coquetería esconde a menudo
una debilidad; es, pues, el resultado de algún complejo. A la cubana
no le hace falta disimular debilidades porque si tiene complejos no los
oculta.
El concepto de la belleza femenina está íntimamente ligado en Cuba
al concepto de la salud, al extremo de que para decir que una mujer es
fea se afirma que “está mala”; de ahí que la cubana prefiera verse en-
vuelta en carnes a reflejar el tipo de belleza estilizada que predomina
en otros lugares. Estar en salud y ser comprensiva y amorosa son aspira-
ciones comunes a toda cubana. Sentimental, tal vez en exceso, necesita
querer y que la quieran, lo cual es la clave de que resulte tan excelen-
te compañera y tan abnegada madre.
El hombre que se case con una cubana sabe que va a tener quien le
ayude y estimule. Se dice que la habanera es maestra en el arte de arre-
glar un pequeño espacio para que le quepa toda suerte de muebles; y
ello es cierto. Pero también es cierto que esos muebles, como la limpieza
con que hace brillar el lugar en que vive, están por entero dedicados al
marido o al hijo. Para la cubana, el marido y el hijo resumen su razón de
vivir. Ducha en administrar el dinero, por escaso que éste sea, siempre
encontrará manera de sorprender a su hombre con una corbata, con un
pañuelo, y para llevarle al hijo las vitaminas, la mejor ropa, la fruta
fresca.

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