La apoteosis del hedonismo

AutorJuan Bosch
Páginas215-238
215
Capítulo II
La apoteosis del hedonismo
El hedonismo es una actitud tan natural en Cuba, que el extranjero lo
advierte de inmediato. El cubano ama la vida, y empieza amando el
propio cuerpo, raíz y asiento del hecho vital. Son múltiples y constan-
tes las manifestaciones de ese sentimiento; y de ellas, las más elemen-
tales y corrientes, son el baño, la buena mesa y la preocupación por la
salud. El baño diario es una institución en la isla, y el negro más pobre
o el campesino más aislado le rinden tributo a esa institución.
Así se explica que jamás se sienta en Cuba ese mal olor que tras-
ciende de aglomeraciones en cualquier otro país, y a despecho del clima
de la isla, que en ocasiones resulta fuerte. La buena mesa depende, como
es claro, de que sean mayores las entradas económicas familiares; pero
puedo asegurar que es regla sin excepción el aumento de la mesa tan
pronto crecen las entradas. En cuanto a la salud, la servidumbre que le
ofrece el cubano se mide por el número de médicos, que se acerca a uno
por cada mil habitantes, y en el alto volumen de la industria farmacéu-
tica del país y de las importaciones medicinas. Ni aun el más pobre de
los cubanos deja de visitar a médico al primer asomo de quebranto. La
práctica constante de la profesión, que se deriva le esa atención que pres-
ta el pueblo a su salud, es lo que ha propiciado la alta capacidad que
se le reconoce en todas partes al médico cubano.
Tras las manifestaciones elementales del hedonismo vienen las deri-
vadas; esa perpetua hambre de afectos, por ejemplo, y la limitación del
arte popular a dos expresiones que se realizan con el propio cuerpo,
como son el baile y la música.
Juan Bosch216
En Cuba se dice que “amigo es una palabra muy grande”, frase en la
cual parecería ir implícito un mandato de selección. Sin embargo, no es
así. El cubano está siempre dispuesto a dar y a recibir el don de la amis-
tad. No hace reservas al conocer a una persona, no esconde su intimidad,
no se guarece en sí mismo, esperando descubrir las buenas cualidades
o los puntos débiles de aquel a quien ha empezado a tratar. La tradición
del país es que la gente procure “caer simpática”, esto es que se muestre
extrovertida, natural. Lo contrario, sería “ser pesado”, el más grande de
los infortunios en Cuba. Pues quien “cae pesado” ofende al genio na-
cional; no ejerce la cordialidad y por tanto no recibirá su buena aura.
Se puede ser introvertido –lo cual aísla en Cuba a la persona– por muchas
causas, entre otras, por timidez; pero en la isla fascinante las causas no
cuentan en la hora de producir la primera impresión. De manera que
una persona preocupada en problemas trascendentes resulta clasificada
a la misma altura que una orgullosa.
Por diversas razones puede caerse en la familia de los “pesados”,
especie de leprosos psicológicos en un país donde el ser humano desea
vivir calentado no sólo por el sol del trópico, sino también por una ho-
guera de afecto. Pudiera ocurrir que, siendo como es tan sagaz para co-
nocerse a sí mismo, el cubano tenga la oculta sospecha de que es exce-
sivamente extrovertido, razón por la cual el introvertido le resulte una
acusación viva, una especie de fiscal; y tal vez haya ahí una causa incons-
ciente de su desdén por el introvertido, pues que le disgusta hallarse junto
a su callado acusador.
Hacerse amigos es obra muy fácil en Cuba. No se requiere, como su-
cede en países de gente introvertida, el largo trato, el conocimiento íntimo
de las dos partes; basta con que haya simpatía mutua. La identidad de
sensibilidad, de propósitos o de ideas, la mutua admiración y el mutuo
respeto no son requerimientos indispensables para la amistad en la
isla fascinante. Pues ocurre que el pueblo es fundamentalmente iguali-
tario; no reconoce la división de castas, no admite barreras tradicionales;
así, pues, el movimiento de su alma hacia el afecto amistoso no está
supuesto a producirse solamente en círculos limitados. Un distinguido
abogado puede ser, y a menudo lo es, amigo de su limpiabotas o de un
soldado, o una dama del elegante barrio de Miramar se siente amiga

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