Vasco de Quiroga : la carta al Conde de Osorno del 14 de agosto de 1531

AutorRafael Estrada Michel
Cargo del AutorProfesor de Historia del Derecho y autor de Monarquía y Nación entre Cádiz y Nueva España
Páginas53-60
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VASCO DE QUIROGA: LA CARTA AL CONDE
DE OSORNO DEL 14 DE AGOSTO DE 1531
“Y estos huérfanos y pobres son tantos, que
no es cosa de se poder creer si no se ve”.
Vasco de Quiroga
INGUNO padezca…” Esta frase quiroguiana halla marco en el medallón de home-
naje que la Universidad Iberoamericana colocó en honor al fundador del hospital de
Santa Fe de los Altos, justo en el sitio en el que ahora se alza la Universidad jesuita en
la avenida que lleva el nombre, precisamente, del primero y mejor de nuestros jueces:
Vasco de Quiroga.
En una sociedad (mejor: en una comunidad de comunidades) en la que gobernar es hacer Justicia
(la Iurisdictio en su sentido de conservación del Ordo Iuris) la actividad gubernativa de un oidor
como lo era don Vasco a su llegada a Nueva España podría no parecer la excepción. Lo era, sin
embargo, tanto en razón de su extensión como en relación con su éxito y su eficiencia. Quiroga,
un juez que oía, escuchaba también los clamores de comunidades recién traumatizadas y develaba
el Orden jurídico –antiquísimo pero en perpetua adaptación a las circunstancias- para convencerse
de que se requerían urgentes remedios con miras a atender a la población más vulnerable, la que
más padecía: los remedios propios de un hospital.
La urgencia de la Utopía (así, con mayúscula, para brindarle un sitial), la de quitar a la Utopía
el prefijo negativo y hallarle de una buena vez un lugar para que habite entre nosotros, es apre-
ciada por don Vasco tempranamente, apenas habiendo puesto un pie en México. Es por ello que
le escribe el 14 de agosto de 1531, exactamente diez años después del sitio y caída “de esta ciudad
de Tenuxtitan, México”, en el año mismo en que, según la tradición, ocurrieron las apariciones del
Tepeyac, a don García Fernández Manrique, tercer conde de Osorno, de nobilísima cuna, nieto del
duque de Alba, presidente de los Consejos Reales de Indias y Órdenes, sin hesitación y sin aguardar
a la elaboración de pesados diagnósticos que le dijeran lo que la realidad nos ha estado gritando en
los pasados quinientos años: que es la cuestión social la que requiere de medidas impostergables,
que es ella la que obliga a echar a andar la imaginación en un sentido creativo, la que constriñe al
gobernante a darse a la inmediata tarea de decir y hacer Justicia.
Se dirá que Quiroga tenía un modelo, el de Tomás Moro, y que en ese sentido no tenía por qué
inventar nada. Vale el argumento, pero también se requiere pensar en que el juez de Madrigal, la

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