La Utopía de Vasco de Quiroga

AutorSalvador Jara Guerrero
Cargo del AutorFisicomatemático, Doctor en Filosofía, miembro del SNI, actualmente Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Páginas83-99
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LA UTOPÍA DE VASCO DE QUIROGA
A ilusión de un mejor futuro o de un futuro perfecto, su planeación y su construcción han
sido grandes anhelos humanos. Quizá una de las preguntas primeras y fundamentales que la
humanidad se ha hecho es acerca de su devenir. La más elemental podría ser ¿qué futuro nos
espera? o ¿hacia dónde vamos? Pero podemos hacernos preguntass interesantes
como: ¿Cuál es el futuro que desearíamos?, ¿qué futuros podemos construir?
No existen respuestas únicas sino un gran número de aproximaciones diversas, acercamientos desde
muy diferentes ángulos y perspectivas. Desde las ciencias y las artes, desde lo religioso, lo social y
la ética hasta lo femenino y lo masculino. En cada visión se incluyen actores y se desechan otros.
No se trata de aproximaciones lineales e independientes sino de tejidos multicolores. Son intentos
por explorar lo posible que conllevan valores e ideologías.
Pensar, reflexionar, imaginar, crear, son todas cualidades distintivas de los humanos, hombres y
mujeres. Buscar límites y fronteras, ir a lo impensado, romper barreras, preguntarse por los orí-
genes y el futuro. Y más allá de hacer preguntas y obtener respuestas, la puesta en práctica, casi
siempre contra corriente de las ideas nuevas, de las ilusiones utópicas es un reto que muy pocos se
han atrevido a tomar. Entre ellos está Vasco de Quiroga.
Desde tiempos inmemoriales nuestra especie ha intentado comprender su existencia y devenir a tra-
vés de explicaciones múltiples, concibiendo con frecuencia al mundo como mágico, como producto
de una voluntad o voluntades divinas, como un mundo diverso, maravilloso y con tal complejidad
que su comprensión era concebida fuera del alcance de la mayoría de los hombres. Especialmente
hasta antes del Renacimiento y la denominada Revolución Científica, se pensaba que cada aconte-
cimiento, cada fenómeno, dependía de voluntades ajenas, eran eventos casi siempre impredecibles
e inexplicables a no ser por la iluminación de unos cuantos hombres privilegiados que eran capaces
de interpretar los signos sobrenaturales. La relación hombre-naturaleza precisaba sacar a la luz los
signos-secretos para descifrar sus cualidades o virtudes (Foucault, 1986: 65). Era imposible cam -
biar el orden de las cosas que había sido dado de una vez y para siempre.

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