Tlacote El Bajo: un contexto local entre el campo y la ciudad

AutorAlfonso Serna Jiménez - Martha Otilia Olvera Estrada
Páginas87-122
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LAS TRANSFORMACIONES TERRITORIALES ENTRE EL CAMPO Y LA CIUDAD
A pesar de que hay visiones que sostienen que los procesos globales están
homogeneizando los territorios y la economía, existen procesos que per-
miten delimitar que existen elementos sociales y culturales de fuerte arrai-
go que nos indican que hay contextos diversos y diferenciados que con-
trastan con lo urbano, sobre todo si se dirige la mirada hacia localidades
que se encuentran fuera del ámbito de influencia de un centro urbano.
En la escala de los procesos metropolitanos, las diferencias entre los
centros de población cercanos tienden a ser más tenues, dado que la fron-
tera entre lo rural y lo urbano es difusa y movible, con intersticios y conti-
guidades, incluso podría decirse que ha desaparecido tal frontera dada la
difusión de funciones urbanas por el territorio; no obstante, es sabido que
la influencia es recíproca y no en una sola dirección.
Este texto presenta el caso de una localidad llamada Tlacote El Bajo,
perteneciente al municipio de Querétaro, ubicada en la periferia de la ciu-
dad del mismo nombre, la cual ha ido transformando paulatinamente su
perfil rural, principalmente por las funciones que la articulan a ese centro
urbano. Se centra en las dimensiones socioeconómica y territorial, aten-
diendo los cambios sociales y los diferentes usos que se han dado a la
tierra y al agua. Es un trabajo que tiene como base de información un con-
junto de entrevistas realizadas en la localidad.1.
1 Las en trevistas se realizaron en el año de 2007. Los informantes son diversos, entre
ellos algunos son una referencia obligada por su conocimiento y por sus cargos públicos en
la localidad. Así, se entrevistó a ejidatarios, ex ejidatarios y al delegado, por igual a jóvenes y
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Alfonso Serna Jiménez
Martha Otilia Olvera Estrada
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Alfonso Serna Jiménez y Martha Otilia Olvera Estrada
Los lugares rurales y urbanos: una herencia de la modernidad
Uno de los temas de constante discusión en las ciencias sociales y en los
estudios territoriales es el del lugar de lo rural en el conjunto de los proce-
sos de la sociedad. Existen diferentes posiciones epistemológicas y disci-
plinares en este tópico que complejizan el estado de la cuestión. Para algu-
nos, la sola mención de campo y ciudad es una dicotomía que remite a la
existencia de uno por el otro, situación que consideran es suficiente para
reconocer la importancia de lo rural en la dimensión social. Para otros, en
oposición a esta perspectiva, la dificultad de aceptar lo rural viene de que
no existe una definición rigurosa que rebase la superficialidad y el empiris-
mo en su concepción, principalmente porque no tiene significado en térmi-
nos de teoría social (Moreno, 1988: 113).
En el tono de esa discusión, Marielle Pépin señala que, conforme el
capitalismo se fue consolidando en los países centrales, la ciudad subvirtió
las sociedades agrarias en las que, a diferentes ritmos, se rompió la espiral
del autoconsumo y se fueron adoptando fines y mecanismos aprendidos
de ella. En ese proceso de adopción-adaptación, empero, han persistido
características culturales que diferencian a un ámbito de otro, en ese sen-
tido afirma: “La ruralidad no se aprecia sola, en sí misma. De inmediato
sugiere su contrario” (1996: 69).
Con base en ello, apunta que en los diversos “nichos” sociales se pue-
den encontrar elementos que favorecen la reproducción de ciertos pobla-
dores en su medio particular y que los diferencia de otros, esto, en otros
términos, puede significar que en los contenidos sociales de los hábitats
rural y urbano existen mecanismos para crear y recrear condiciones del
lugar en la interacción sociedad-territorio. Pépin señala: “la ruralidad pue-
de ser considerada un tipo de ordenamiento social comunitario fundado
sobre la agrupación preferencial de semejantes, la personificación de las
funciones y un uso socialmente extensivo del espacio donde se evita com-
partir o suponer derechos territoriales y, dado el caso, sólo se admite como
resultado de lazos sociales previos” (Pépin, 1996: 73).
No obstante que reconoce que esta concepción no tiene vigencia sufi-
ciente, dado que los pueblos campesinos participan ampliamente de valo-
gente mayor. Agradecemos la colaboración de las pasantes Lizbeth Rodríguez Moreno, Laura
Maricela Noguez Dávila y Natali Danahe Santiago Amezcua.
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res urbanos, acepta que hay “comportamientos territoriales” que se deben
a los rasgos culturales del lugar, a lo que denomina “la fuerza del lugar”,
que son básicamente valores y prácticas asociados al hábitat rural. Tam-
bién considera como “comportamientos territoriales” la variedad y la liber-
tad que las expectativas y la actuación social le imprimen al lugar, a lo que
le llama “la gente hace el lugar” (Pépin, 1996: 74).
En su perspectiva, destaca que lo que denomina el uso socialmente ex-
tensivo del espacio lo hace con la intención de discriminar y “oponerlo a la
densidad social que implica una concurrencia múltiple, socialmente gratuita
y anónima a un mismo lugar”, este uso social, agrega, “cobra la mayor cohe-
rencia dentro de la organización normativa y finita de la comunidad” (Pépin,
1996: 77). Este concepto pretende diferenciar el uso del espacio rural al del
ámbito urbano, en el que el primero asume características de la disposición
y el uso extensivo del suelo en razón de la presencia de situaciones como
los asentamientos de población dispersa, la persistencia de las actividades
primarias y la presencia de la gente en sus localidades, quienes se conocen
y comparten valores sociales y usan el espacio con características físicas
comunes, todo ello como rasgos de la permanencia de lo rural como lugar.
Un criterio de amplia influencia y de uso común en la definición de lo
rural es el de la magnitud de población. Las instituciones oficiales en Méxi-
co han establecido diferentes rangos para distinguir los asentamientos con
población dispersa y concentrada, los cuales, en el caso de los rurales, han
variado entre menos de 2,500 habitantes y menos de 5,000 habitantes. Luis
Unikel, en la década de los setenta del siglo XX, propuso que la cantidad de
15,000 habitantes establece una distinción entre lo urbano y lo no urbano.
Este investigador, “elaboró un ejercicio en el cual consideró, además del
tamaño de la población, el porcentaje de otras variables que fueran carac-
terísticas diferenciales de los espacios rural-urbano”.2 Con base en esos
atributos definió cuatro grupos:
1) localidad rural, menor de cinco mil habitantes;
2) localidades mixtas rurales, de más de cinco mil a menos de diez mil
habitantes;
2 Refiere a variables como población económicamente activa de dicada a actividades no
agrícolas, alfa betismo, educación, pob lación asalariada y población que habla español, us a
zapatos y vestidos no indígenas.

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