Del retorno al regreso festivo. De la migración a la emigración

AutorPatricia Arias
Páginas117-175
EL EPÍGRAFE del libro Más allá de la línea (Durand, 1994) expresa lo que durante
muchos años, casi un siglo, fue el sentimiento más profundo de los migrantes
en Estados Unidos: “Todos mis piensos son volver para atrás.” Y es que hasta
la década de 1990 los migrantes querían regresar a los terruños de donde ha-
bían salido con la certeza de que el trabajo duro en las ciudades o en Estados
Unidos era la llave para generar los recursos, tan escasos en sus pueblos, que
hicieran posible una mejor vida, para ellos y sus familias, en el anhelado retor-
no a casa. Aunque hubo quienes irremediablemente se quedaron del otro lado,
el retorno a México era el principio que organizaba y pautaba la estrategia
migratoria. Para eso estaban las redes sociales y el capital social que permitían
el desplazamiento, el logro de los objetivos y el retorno más o menos exitoso a
las comunidades.
Los recursos y mecanismos para hacerlo posible se convirtieron en una au-
téntica cultura migratoria, donde todos sabían lo que había que hacer –y lo que
no había que hacer- para que la migración cumpliera los objetivos familiares y
personales que la impulsaban. Hoy ya no es así. Las etnografías recientes aluden
a la migración como uno de los fenómenos más trastornadores de la vida rural
en México.
A partir de la década de 1990, coinciden todos los autores, la migración
rural comenzó a ampliar sus espacios habituales, a cambiar sus rutinas, a tran-
sitar y confrontar situaciones inéditas que han tocado, quizá por primera vez o
de manera tan reiterada, los ámbitos más profundos de la vida y la organización
social campesinas.
Una pri mera caracterización de la migr ación rural tradicional diría que
hasta la década de 1990 existieron tres grandes corrientes migratorias más
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Del retorno al regreso festivo.
De la migración a la emigración
Capítulo III
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PATRICIA ARIAS
o menos bien diferenciadas en términos de sus orígenes y destinos: la mi-
gración rural-internacional, lo que en la práctica siempre ha significado
ir a Estados Unidos; la migración rural-urbana, es decir, el desplazamiento de
la gente del campo a las g randes urbes del país, en especial a las ciuda-
des de México, Guadalajara y Monterrey, y un flujo migratorio rural-rural
de jornaleros q ue recorrían e l mundo agrícola de acuerdo con el ritmo y
rumbo de los cultivos comerciales. Esos flujos migratorios, repetid os ge-
neración tras generación, elaboraron estrategias, prácticas y códigos que
lograron infiltrar y adecuarse a las normas culturales de las comunidades.
Se trataba, a fin de cuentas, de que la migración contribuyera al bienestar
de las familias y de las comunidades y que los otros impactos que podía
acarrear resultaran lo menos disruptivos posibles. Durante mucho t iempo,
la migración se integró a las prácti cas de las familias campe sinas en c iertas
etapas de los ciclos de vida de los grupos domésticos y a la vida particular
de sus di ferentes miembros. Eso ha cambiado. Lo que se constata en la ac-
tualidad es que no existen fronteras nítidas entre los flujos migratorios y
que los códigos y prácticas tradicionales han d ejado de se rvir como p auta
y m odelos de acción para las situaciones que enfrentan las sociedades ru-
rales hoy.
Refiriéndose a la migración México-Estados Unidos Massey, Durand y
Riosmena han mostrado cómo a partir de 1998 las transiciones económicas en
México y los cambios en las políticas de inmigración en Estados Unidos dieron
lugar a un nuevo patrón migratorio: el flujo circular de trabajadores de sexo
masculino que procedía de los estados del occidente de México y se dirigía a tres
estados de la Unión Americana, se ha transformado, dicen, en “una población
de familias de todas partes de México viviendo en cincuenta estados de Estados
Unidos” (2006: 100).
Si la migración se ha convertido en un desplazamiento familiar e indefinido
hay que aceptar que ese cambio ha afectado la trama y el sentido de las obliga-
ciones y compromisos familiares y sociales de los migrantes con sus comunida-
des de origen. Se trata, sin duda alguna, de un cambio imprevisible y drástico
cuyas consecuencias apenas estamos empezando a reconocer y entender. Insistir
en que los migrantes quieren regresar a sus terruños para dedicarse a las activi-
dades agropecuarias o financiar proyectos productivos asociados a las activida-
des agrícolas es reiterar una imagen que no corresponde al patrón migratorio
actual. Frente al nuevo patrón migratorio hay que aceptar que los migrantes han
empezado a transitar por un camino muy intenso de redefinición de sus relacio-
nes, obligaciones y derechos familiares y sociales en ambos lados de la frontera,
situación que afecta, de manera muy especial, la vinculación con sus familias y
sus comunidades de origen.
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DEL RETORNO AL REGRESO FESTIVO
La información etnográfica reciente –todavía dispersa, quizá poco sistema-
tizada, pero muy evidente– da cuenta de la emergencia de situaciones y prácti-
cas inéditas de los migrantes y sus familias, que parecen ser maneras, todavía
en proceso, de entender y adecuarse al nuevo patrón migratorio. Cuando ciertas
prácticas, ciertas maneras de enfrentar una situación comienzan a aparecer una
y otra vez, a repetirse en diferentes lugares, quiere decir que estamos ante un
fenómeno social que hay que analizar. En ese sentido, para captar las nuevas
situaciones hay que tratar de ver y analizar las prácticas más que los discursos.
Los migrantes reconocen que ellos insisten, e insistirán siempre, –me dijo una
migrante– en que quieren regresar a México, aunque ya no saben cuándo ni si
podrán hacerlo algún día.
El fenómeno migratorio más estudiado en los últimos diez años ha sido la
migración a Estados Unidos. Esto no es casual. Sin exagerar, se puede decir que
hoy por hoy no hay investigación sobre el campo que no se haya topado con
migrantes y con los impactos de la migración internacional en las comunidades.
Sin embargo, es necesario distinguir los escenarios, características y consecuen-
cias de la migración a Estados Unidos en dos momentos, en dos regiones: la mi-
gración de la región histórica y la migración de las nuevas regiones migratorias
(Durand y Massey, 2003).
II
La migración internacional en la región histórica
Como es sabido, la migración a Estados Unidos se inició y concentró, durante
mucho tiempo, en los estados de Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato,
Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí, Zacatecas. Esa es, de acuerdo, con
Durand y Massey (2003), la región histórica de la migración mexicana a Estados
Unidos. Los campesinos de esos estados comenzaron a irse desde fines del siglo
XIX atraídos por los empleos en los ferrocarriles y la agricultura estadounidenses
(Durand, 1994; 1996). En esos pueblos se anclaron y tejieron los entramados
de redes sociales más antiguos, complejos y dinámicos de la migración y arti-
culación con los mercados de trabajo en Estados Unidos. Entre 1917 y 1921,
tiempo de posguerra, Estados Unidos estableció un Primer Programa Bracero
que incluyó a 70,000 trabajadores para el campo (Durand, 1994). Aunque, como
en todo proceso migratorio, hubo quienes permanecieron en Estados Unidos, el
objetivo de los que se fueron era regresar a sus terruños.
En ese tiempo, la mayor parte de los migrantes eran hombres solos. De
acuerdo con lo que le dijeron a Robert Redfield cuando estudió la comunidad
mexicana de Chicago en 1924-1925, quizá una décima parte de los que llegaban

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