Presentación - Agricultura, alimentación y disputas territoriales: reflexiones iniciales

AutorDelphine Prunier, Andrés León Araya
CargoUniversidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales - Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos/Universidad de Costa Rica
Páginas5-23
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TRACE 81, ,  2022, págs. 5-23, ISSN: 2007-2392
: 10.22134/trace.81.2022.834
Presentación
Agricultura, alimentación y disputas territoriales: reflexiones iniciales
En los últimos años, distintos autores nos han empujado a pensar en la tierra
como mucho más que un recurso de producción o una relación de propiedad. Por
ejemplo, la geógrafa canadiense Tania Murray Li (2014) plantea que la respuesta
a la pregunta «¿Qué es la tierra?» pasa por analizar la forma particular en que
materia, relaciones, prácticas y discursos son ensamblados dentro de contextos
concretos. Ensamblajes que, a su vez, cambian a través del tiempo como resultado
de las disputas políticas entre distintos grupos. Así, la tierra no es, per se, un
recurso, una propiedad, o un territorio, sino que es producida como tal. Unos de
los contextos donde se nota de manera más clara este proceso de ensamblaje de la
tierra son la comida y lo que conocemos como sistemas agroalimentarios.
La construcción de los sistemas agroalimentarios pasa, históricamente, por
la gestión de la naturaleza —tierra y agua en primer lugar—, pero también por su
manejo a través de la tecnología, el conocimiento, el control de los recursos y
las formas simbólicas y rituales. Las ciencias sociales han considerado el espacio
como un elemento determinante, desde la perspectiva del medio y de la relación
entre las personas y la naturaleza, pasando de una interpretación determinista a
otra posibilista, que tomó más en cuenta el potencial de organización y apropia-
ción. Sin embargo, en la última mitad del siglo , el concepto de espacio revirtió
una dimensión social y política más marcada que permitió poner atención en las
relaciones de poder, en los sistemas y en el juego de actores, a través de la interpreta-
ción de los procesos de producción del espacio económico y social, en la confi-
guración de distintos territorios.
Presentación
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El concepto de territorio permite enfatizar aún más en el carácter no neutral
del espacio geográfico, en las ideas de apropiación, atribución de valor (de uso y de
cambio) y representación. El territorio está forjado por relaciones de fuerzas diná-
micas, por la presencia de grupos sociales diversos, por lógicas de dominación y
explotación (de los recursos tanto naturales como laborales). Un debate episte-
mológico emerge, entonces, en particular, desde la geografía política, social y cul-
tural, planteando a partir de la década de 1970 la necesidad de entender un
conjunto de nuevos procesos —decolonización, disputas fronterizas, transfor-
mación del campo o luchas de las clases populares— a través de una mirada
espacializada de las relaciones de poder (Lefebvre 1974; Raffestin [1980] 2013;
Harvey 1981). Seguirá una preocupación permanente por el carácter situado de
los procesos sociales y el papel del espacio en la comprensión del actuar político
(Cairo 2013; Dikeç 2012), llevando a un interés creciente por las relaciones de
poder territorializadas: «el territorio es todo espacio que tiene el acceso contro-
lado; por lo tanto, desde el momento en que se controla espacial y material-
mente el acceso de algún flujo (sea de mercancías, de personas o de capital), se
está transformando el espacio en un territorio» (Haesbaert 2013, 18).
En el orden actual, los territorios se rigen como propiedad y espacios de
gobernanza, en el marco de políticas de desarrollo neoliberales y de un ordena-
miento territorial que promueve la expansión del capital más que la distribución
de los recursos. En el sector agrícola, la literatura en ciencias sociales y el discurso de
los movimientos sociales de defensa del territorio presentan, muy a menudo, el
panorama de dos modelos de desarrollo totalmente opuestos y, por ende, ad-
versarios (Mançano Fernandes 2013). Por un lado, los agronegocios, el dumping, la
desregulación y la desposesión del régimen alimentario corporativo (McMichael
2005), asociado con los monocultivos, la alta tecnología, los insumos químicos,
el trabajo asalariado y la depredación ecológica; por el otro, el modelo de desa-
rrollo campesino, autosuficiente, diverso, de pequeña escala y organizado en torno
al trabajo familiar.
El resultado es una tensión entre las tendencias hacia la homogenización del
espacio, propia de la lógica de la mercancía y el espacio abstracto del que nos habla
Lefebvre, y su diferenciación, como resultado de las luchas de distintos grupos
subalternos por producir formas de estar en el mundo distintas a las del capital
(Smith 2010). Lo que queda detrás son un conjunto de paisajes marcados, por un
lado, por plantaciones monocultivistas, haciendas y plantas agroindustriales orga-
nizadas alrededor del trabajo asalariado y la mercantilización de la agricultura; y
por el otro lado, por formas de agricultura campesina e indígena, entre otras,

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