El Paraíso Perdido

AutorAndrés Henestrosa
Páginas790-791
790
ANDRÉS HEN ESTROS A
creación literaria, un libro sobre los gatos, como antes hizo uno sobre los
manatíes.
27 de agosto de 1961
El Paraíso Perdido
En estas tierras el ag ua no viene, sobreviene. La lluvia no se prepara, se
improvisa. Así la de esta noche. Cuando hace una hora me acosté, brillaban
en el cielo, como de sal o de alcanfor, las estrellas. La luna enorme era como
el otro ojo con que Dios ve al mundo. Un aire tibio agitaba las hojas de los
árboles y arrastraba nubes. Ni un trueno, ni ese parpadeo del cielo que es
el relámpago.
Pero he aquí que me despierta el estruendo del agua sobre el tejado. Cae
tan abundante que nunca como ahora puede decirse que llueve a cántaros.
Eso es justamente lo primero que pienso: que alguno echa cántaros de agua
desde la azotea. Pero no. Todos duermen al son de la lluvia sobre los tejados,
al arrullo de su música primaria.
Cosas que tenía olvidadas vuelven a mi memoria esta noche. Porque la llu-
via, a la par que sosiega, evoca el pasado. Ahora recuerdo mis días de Ixhuatán,
mi infancia, si la hay ahí donde abundan los trabajos y las penas.
Era yo muy niño, Hono y yo nos perdimos en un gran monte, en nues-
tro rancho pequeñito. Había llovido como esta noche, inesperadamente,
sin aviso, al mediodía, cuando el sol derramaba sus fuegos implacables.
Bajo un árbol, sin apearnos de nuestras cabalgaduras, soportamos el chaparrón
que sólo duró unos minutos. Volvió a brillar el sol, se sosegó el viento, ce-
saron los relámpagos y los truenos. Llevados de aquel instinto antiquísimo,
que hace al hombre buscar su casa cuando una de estas fuerzas de la na-
turaleza hace de las suyas, decidimos volver, abandonando la faena del día
que era la de campear, es decir, vigilar el ganado, limpiar los pozos, poner
sal en los reparos.
Íbamos los dos caminando, olvidados de todo, confiados en los instintos de
nuestros caballos, cuando de pronto nos dimos cuenta de que estábamos ex-
traviados, perdidos en aquel monte nunca visto. Y así fuimos a dar a un sitio
lleno de verdor, en aquellos lugares tan secos. Pasaba por ahí un arroyo de

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