Las mujeres del Istmo

AutorAndrés Henestrosa
Páginas793-794
no volverá a Canadá, su patria. Se quedará entre nosotros. Dará cima a un
libro que yo le propuse: un Diario en que cuente lo que sabe y observa de los
literatos mexicanos, cuyo trato frecuenta.
8 de octubre de 1961
Las mujeres del Istmo
Vuelvo hoy a un tema predilecto: a los pueblos zapotecos del Istmo de Te-
huantepec. Es un pueblo muy interesante y que merece ser observado por
un poeta, dijo de la Villa de Tehuantepec, Davis Robinson hacia 1816. Y él lo
era, aunque no de oficio. Si no lo fuera, ¿cómo pudo escribir con aquella delec-
tación y aquel encanto de las tehuanas que vio por calles y mercados? Estas
mujeres pueden denominarse las circasianas de América; tienen una extraor-
dinaria viveza en los ojos, y todos sus movimientos son graciosos y animados;
son en extremo aseadas, y muy amigas de bañarse; se entrenzan y levantan con
primor su largo pelo negro, que sujetan con una peineta de oro o de carey; son
muy industriosas y ellas mismas trabajan sus vestidos. Así dijo más o menos el
famoso viajero, en una divagación contenida en un libro científico.
¿No habría recordado aquella divagación Brasseur de Bourbourg cuando
cuarenta años más tarde llegó a vivi r en Tehuantepec? E l abate ha traspa-
sado el medio siglo, pero no puede contenerse ante el porte gallardo y gentil
de las istmeñas: tehuantepecanas y juchitecas. Las pinta como ar robado, en
un arrebato juvenil. De una moza, de una mialma de Tehuantepec, dice que
nunca antes estuvo en presencia de una mujer que de una manera más directa
le trajera a la mente la imagen de Isis y de Cleopatra.
Isidore Charnay, que estuvo entre ellas, escribió que las tehuanas eran
mujeres –hembras– estupendas. Sus facciones, su porte airoso, su elegante
indumentaria y su limpieza, las hacen extremadamente llamativas. Se bañan
en agua perfumada, con raíces de chintule, y con agua también perfumada,
lavan su ropa: la falda indiana y el afamado huipil, muy fino, bordado de seda
y oro con encaje y otras mil curiosidades.
¿Por qué habrá escrito Esteban Maqueo Castellanos que la belleza de
tehuantepecanas y juchitecas todavía estaba en espera del poeta que la can-
tara? Quizá desconociera tantas páginas que la mujer del Istmo ha inspirado.
AÑO 1961
ALACE NA DE MINUCI AS 793

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