La lucha final

AutorJuan Bosch
Páginas143-163
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Capítulo III
La lucha final
Por las calles de las ciudades y de los pueblos cubanos se ve pasar de
cuando en cuando algún anciano cuya estampa se distingue en el vaivén
de las multitudes o en la soledad de una plaza. Lo curioso es que el que
camina a paso lento por La Habana, erguida la cabeza, casi siempre en-
flaquecido por los años y limpiamente vestido, aunque su ropa sea pobre,
tiene mucho de común con el que da sus despaciosas caminatas, con
igual aire y similar empaque, por las calles de Camagüey o de Santa Clara.
Es que son veteranos, esto es, soldados, clases y oficiales de la guerra
libertadora.
Blancos o negros, en mejor o en peor posición económica, con grado
de general o de sargento, todos tienen el sello de una época y de una
actitud. Se les ve erectos, dignos, muy señoriales; y cuando pasean en
pequeños grupos o cuando concurren a actos en que se conmemora la
gran hazaña, se saludan con hidalga cortesía, hablan bajo y miran con
cierta altivez ya en desuso. En Cuba deben quedar algunos centenares
de esos gloriosos ancianos. Díganlo o no, su presencia denuncia la satis-
facción moral de quienes cumplieron una tarea hermosa. Es probable que
la gran mayoría crea que al proclamarse la República quedó totalmente
independiente y, por lo tanto, librada a sus propias y exclusivas fuerzas.
Pero no ocurrió así. Durante un tercio de siglo más, Cuba tuvo que
luchar para salvar el último obstáculo que tenía por delante si deseaba
disfrutar de su verdadera independencia política, en el grado en que
pueda existir a estas alturas una independencia de tal tipo. Pues de su
posición de colonia española el país pasó al grado de semicolonia; y hasta
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que se dio la victoria de la llamada “revolución de l930” no pudo romper
los invisibles muros del semicolonialismo. Como es claro, quedan reza-
gos de esos muros; mas lo cierto es que en lo fundamental han sido
echados abajo, como lo fueron las viejas murallas con que el Imperio
hispánico rodeó siglos atrás a La Habana.
Desde principios de la pasada centuria el comercio azucarero cubano
se encauzó hacia el mercado norteamericano, razón por la cual el capital
estadounidense fue entrando en la isla hasta llegar a dominar, ya desde
los años finales del siglo, la industria que ha sido tradicionalmente el
nervio de la economía criolla. A causa de esa invasión de capitales, por
una parte, y a causa de razones de estrategia política mundial y de ra-
zones de política doméstica –muy vinculadas en su día, estas últimas, al
problema esclavista de la Unión–, Washington empezó a gravitar sobre
los destinos de Cuba en forma tan pesada que hubo ocasiones en que el
porvenir de la isla estuvo a punto de resolverse a las orillas del Potomac.
A poco de comenzar el siglo XIX, Estados Unidos adoptó la conducta
de respaldar a España contra los cubanos si éstos se sublevaban, a fin de
evitar que Cuba cayera en manos inglesas; a mediados de ese siglo, los
estados del sur apoyaron las invasiones de Narciso López, esperanza-
dos en que el movimiento fuera anexionista; los gobernantes de Washing-
ton vieron más tarde con fría neutralidad la guerra de los diez años.
Llegaron hasta proponer la compra de la isla a España. En 1898, por
fin, intervinieron en la guerra y ocuparon militarmente el país durante
cuatro años. Al abandonarlo dejaron pendiente sobre el cuello de la
naciente República la Enmienda Platt, en virtud de la cual podían volver,
en ciertas condiciones que los inversionistas estaban en aptitud de pro-
vocar cuando quisieran, a tomar posesión militar de la isla; además,
establecieron la base naval de Guantánamo y fue sólo en 1925 cuando
se aclaró la situación legal de Isla de Pinos, el más importante de los
territorios adyacentes de Cuba.
El miedo de los cubanos a perder de nuevo su independencia polí-
tica por aplicación de la Enmienda Platt, los hizo vivir, durante más de
treinta años, con la mirada siempre puesta en la persona del embajador
estadounidense en Cuba, cuya palabra o cuyo silencio a favor o en des-
favor de un gobernante era de tanta importancia como en los días ante-

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