Lecciones del doce de Septiembre

AutorAriel Dorfman

¿Acaso la fecha significativa no es la mañana anterior, acaso durante 42 años no hemos rememorado el once de Septiembre, aniversario del golpe militar contra Salvador Allende, acaso desde el 2001 no se añade otro once brutal e inolvidable y lleno de terror, ahora norteamericano?

Si hace falta evocar el Miércoles doce de Septiembre de 1973 ahora es porque ese día nos enseña una lección que todavía no hemos plenamente aprendido. En mi caso particular, fue recién un día después de la catástrofe chilena que me asomé a sus secuelas más duraderas, comenzando a darme cuenta de que las víctimas de esa sistemática violencia no iban a ser únicamente los frágiles cuerpos de nuestros ciudadanos indefensos, sino que también nuestra alma e identidad, entendí que el lenguaje mismo con que nos comunicábamos iba a ser corroído en forma irremisible y perversa.

Ese Miércoles era el cumpleaños de mi mujer Angélica y el único regalo que podía ofrecerle era la noticia de que no me habían matado durante el golpe. Un regalo difícil de entregarle. El único teléfono se encontraba en un búngalo a unas cuadras de la casa en que me encontré, náufrago, con otros militantes. La Junta había instaurado un toque de queda de 48 horas, amenazando ejecutar en el acto a quien saliera a la calle, algo que había que tomar en serio. Los militares habían bombardeado La Moneda y anunciado la muerte del Presidente Allende, y ya estaban persiguiendo a millares de sus seguidores.

Aun así, crucé las peligrosas calles y llamé a mi mujer. Para ofrecerle consuelo, sí, aunque el consuelo lo necesitaba yo, que me anclara en algo real, una prueba de que no todo había sido desmembrado por la contra-revolución. Y, sin embargo, la conversación me perturbó. Meros días antes hubiéramos compartido libremente nuestros pensamientos, esperanzas, noticias. Ahora la intimidación rondaba cada palabra. Sin saber quién podía estar escuchándonos, cada frase emergía en forma reservada, cauta, oscura, blandiendo alusiones y doble sentidos.

-Dicen que el papá de Amanda está en el hospital -dijo Angélica, tratando de transmitir que habían detenido al cantanteVíctor Jara-. ¿En tratamiento intensivo? -pregunté, como una manera de averiguar si estaba muerto-. Los médicos todavía no opinan -vino la respuesta de Angélica-. Y así siguió una conversación en que yo me aferraba a la única verdad definitiva en tanta circunlocución: su voz y mi voz y nuestro amor y la desesperación innombrable.

Fue una primera lección que...

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