Iglesia católica: Argentina, ni diversa ni laica

AutorMónica Tarducci; Bárbara Tagliaferro
CargoUniversidad de Buenos Aires y Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires/Universidad de Buenos Aires
Páginas191-200

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Fundamentalismo y tolerancia

En 1992, mujeres provenientes de diferentes países y tradiciones religiosas, reunidas por el Women’s Global Leadership Institute Center, firmaron un documento titulado “Fundamentalism as a Present and Increasing Threat to Women’s Human Rights”. En él, llamaban la atención acerca del avance de lo religioso en el mundo secular y de cómo este avance constituye en muchos casos violaciones a los derechos humanos de las mujeres. En la declaración se instaba a estudiar de manera comparativa los distintos fundamentalismos, a comprenderlos como fenómenos sociales, a seguir sus agendas políticas y sus estrategias, sobre todo en lo referido a la situación de las mujeres, y se preguntaban, entre otras cosas, qué tenían en común, mas allá de sus diferencias teológicas.1

Esta advertencia de las feministas no ha perdido validez once años después. Prueba de ello es que la campaña actual de la Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y Caribeñas se titula “Por un estado laico, por el derecho a decidir”. Esta embestida de la intolerancia religiosa sobre las instituciones seculares, que afecta a diferentes países y tradiciones (y que no es privativa del estigmatizado mundo musulmán), sitúa en el centro de la escena, en pleno siglo XXI, la discusión sobre la tolerancia, el Estado, la ley, así como las esferas pública y privada, como si el proceso de secularización no hubiese tenido lugar.

En efecto, tolerancia y fundamentalismo son incompatibles. Tolerancia supone res-Page 192peto hacia las opiniones o prácticas de los demás y actitud social razonada. Filosóficamente surge a partir de los primeros años de la reforma protestante, hacia los siglos XVI-XVII, cuando la autoridad política se enfrenta al hecho de que los súbditos no aceptan la religión oficial y posteriormente fue una de las reivindicaciones exigidas con mayor insistencia por la Ilustración. Implica favorecer la autonomía de los asuntos que se consideran humanos, reconocer que hay otras posiciones distintas de la propia y que la fe se ha de practicar en forma voluntaria. Siguiendo este razonamiento se llega a la separación de la Iglesia y el Estado.2

Por otra parte, fundamentalista3 se refiere a los movimientos dentro de las religiones más extendidas del mundo en este momento, que comparten algunos elementos: es un fenómeno moderno, más allá de sus precursores históricos; apela de modo directo a las Escrituras; es oposicional; unifica a un grupo cuyos miembros se ven a sí mismos como el sagrado remanente de un pasado y como la vanguardia de un futuro por revelar. Sus militantes son luchadores activos e instrumentan campañas concretas.4

Ante las polémicas que suscita la utilización comparativa del término fundamentalista, algunos autores prefieren el de “fundamentalismo cultural”, término acuñado por los historiadores Donald Mathews y Jane De Hart5 para designar el compromiso absoluto hacia formas culturales y sociales “tradicionales” como modelos sagrados de la realidad, patrones fijos que trascienden el cambio histórico ordinario. Ese compromiso conservador es fácilmente observable en las ideas respecto de los roles de género y familiares que son necesarios para mantener el orden social, los ideales de masculinidad y feminidad que son vistos como consistentes en un conjunto universal y constantes de reglas y esquemas. Como dice McCarthy Brown, “el fundamentalismo es muy difícil de definir [...] para aquellos que utilizan al género como categoría de análisis, un indicio para reconocerlo es la presencia de un alto grado de control de las mujeres sancionado religiosamente”.6

Cuando vemos en los medios masivos de comunicación, en los reportes de agrupaciones de derechos humanos y de organizaciones feministas, denuncias de actitudes referidas al mundo de lo doméstico y especificamente a pautas que reglamentan la conducta de las mujeres y lo que se denominan los derechos sexuales y reproductivos, como pueden ser la obligato-riedad de pautas de vestimenta en Irán; a los fundamentalistas israelíes apedreando a unPage 193 grupo de mujeres que deseaban rezar en el Muro de los Lamentos; la insistencia vaticana en ordenar a las iglesias locales al oponerse a la anticoncepción y el aborto, lo que está presente es la arremetida fundamentalista contra el mundo “moderno”, desde un punto de vista moral y comunitario. El elemento que moviliza la acción y la urgencia que inspira el activismo es el sentido del inminente peligro, real o percibido, y lo que está en peligro son los “valores tradicionales”, especialmente los asociados con la familia, que frecuentemente es concebida como el microcosmos de un orden moral universal.7

Para el caso que nos ocupa en este trabajo, el fundamentalismo católico,8 veremos que su agenda sociopolítica amplia incluye la condena a la homosexualidad, la pornografía, el aborto, el feminismo, es decir, todas las formas de “depravación moral” que han penetrado en la sociedad actual. La Iglesia católica ha utilizado históricamente todo su poder y todos sus recursos para obstaculizar el logro y el ejercicio de los derechos de las mujeres (por ejemplo, oponiéndose al voto femenino) y en los últimos años es evidente su cruzada internacional para “convertir en ley de los Estados, sus preceptos morales y creencias religiosas”.9

En los foros internacionales, valiéndose de su status privilegiado de Estado no miembro pero observador permanente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la santa sede se dedica sistemáticamente a intervenir y trata de imponer su agenda conservadora.10 Son, precisamente, las conferencias internacionales convocadas por la ONU en los últimos años: de Derechos Humanos en 1993; de Población en El Cairo en 1994, y de la Mujer en Beijing en 1995 (donde se discutieron los derechos de las mujeres, las políticas de población y la salud reproductiva), los escenarios privilegiados donde los católicos (unidos a los fundamentalistas musulmanes) ejercen infatigablemente sus presiones y lobbies.11

En 2001 el Parlamento Europeo redactó una declaración sobre las mujeres y el fundamentalismo en la que califica de “lamentables las injerencias de las iglesias y las comunidades religiosas en la vida pública y política de los estados, en particular cuando pretenden limitar los derechos humanos y las libertades fundamentales, como el ámbito sexual y reproductor, o alientan y fomentan la discriminación.” El Vaticano y el episcopado europeo protestaron por el documento al que consideran en general “contradictorio” e “inadecuado”, entre otras cosas porque “no diferencia entre fundamentalismo y la normal práctica de la religión”. También molesta que, “frente al fundamentalismo, se defienda laPage 194 secularización, yendo mas allá de la mera separación de la Iglesia y el Estado”, pero fundamentalmente les preocupa que el informe introduzca el aborto a través de la defensa de los derechos reproductivos y que exprese el apoyo del Parlamento Europeo “a la dificil situación de las lesbianas, que sufren como consecuencia del fundamentalismo”.12

En América Latina, la ofensiva de la Iglesia católica sobre el laicismo va acompañada de la preocupación por la pobreza, lo que les permite englobar su prédica contra los derechos reproductivos en un sorprendente antiimperialismo. Así, el arzobispo de Asunción nos previene contra las “campañas antinatalistas que buscan por cualquier medio disminuir el número de los nacimientos en los países pobres”. En ningún momento intentan relacionar, como tantas veces se ha hecho desde las ciencias sociales, la situación de las mujeres con la pobreza y con los derechos reproductivos. Como bien lo expresó Rosalind Petchensky “[...] el conservadurismo moral y la reestructuración económica y social se reúnen de manera extraña y a las feministas que luchan a favor de los derechos sexuales y reproductivos o la autodeterminación de sus propios cuerpos, se las acusa de servir a los intereses de los gobiernos del norte y de las agencias financiadoras”.13

Los embates en Argentina

Argentina, al igual que el resto de América Latina, sufre una situación económica crítica. Más de la mitad de la población está por debajo de la línea de pobreza y las políticas neoliberales han afectado el acceso de las ciudadanas y los ciudadanos a los servicios públicos de salud, justicia y educación. En este marco económico y social, la aplicación de políticas públicas que tengan en cuenta la situación de las mujeres, en especial su salud reproductiva, y las reformas que buscan adecuar la legislación a las convenciones internacionales, pasan por el...

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