Cuentos de loros

AutorAndrés Henestrosa
Páginas447-448
AÑO 1957
ALACE NA DE MINUC IAS 447
inseparable de las creaciones hondamente sentidas. Abunda en noticias del
tiempo, de esas aparentemente ajenas a su tema, pero que a la vuelta de los
años son ingredientes para reconstruir ambientes que, nimios y todo, no dejan
de formar parte de la historia.
Fuera bueno que los que se ocupan del desarrollo de las letras nacionales
volvieran los ojos al libro Poetas mexicanos, y aprovecharon de él noticias y re-
flexiones, todavía ausentes de las historias de la literatura mexicana con que
hasta ahora contamos.
6 de enero de 1957
Cuentos de loros
Hay entre los encantos de releer, uno que nunca deja de presentarse, cons-
tante: descubrir en los libros, lugares que no se habían advertido en lecturas
anteriores. Y es que el lector, como hombre que es, va cambiando y va dejando
de ser lo que era. Ahora releo a Vicente Riva Palacio, considerado justamente
como uno de los grandes ingenios mexicanos, a la par que ciudadano ejemplar.
Hombre de pluma y de espada, acabado modelo de escritores americanos, que
deben ser una mitad soldados y una mitad poetas para cumplir su destino.
¿No dijo Rubén Darío, hablando de América, que eran estas tierras de poetas
y de generales? Nada falta, pues, a Riva Palacio para servir de ejemplo: era
general y era poeta.
Uno de sus libros más característicos, en el que puso los fulgores de su
inspiración poética y los reflejos de su genio alegre, socarrón y humorista, des-
pojado de toda preocupación de fidelidad a los géneros, es el titulado Los ceros.
Galería de conte mporáneos, por “Cero”, publicado en 1882. Un libro tan cargado
de noticias de diversa procedencia, escrito con tal desparpajo y desenfado,
lleno de atisbos y digresiones que todavía esperan desarrollo, es obra a la que
deberían volver de cuando en cuando los lectores mexicanos o por lo menos
ahora en que estamos celebrando la Constitución del 57, acontecimiento en
que el general Riva Palacio puso una hoja de laurel.
Entre las semblanzas contenidas en L os ceros se encuentra la de Juan A.
Mateos: festiva, ágil, socarrona a ratos, aunque nunca irrespetuosa como son
todas las que contiene. De repente, al final del retrato, el General, como cre-

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