El cristiano Álvarez Icaza

AutorJavier Sicilia

Lo vi por primera vez el 13 de abril de 2011 en el mitin en el que convocamos a la Marcha Nacional del Silencio por la Paz. Estaba sobre el templete a unos cuantos pasos de mí. Aunque conocía la manera en que había continuado la magnífica obra de su padre, José Álvarez Icaza, el fundador del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), y admiraba la manera en que se había desempeñado como el ómbudsman de la Ciudad de México, jamás me había cruzado con él. Su figura, que me recuerda siempre a la de un Baku-nin trasplantado al Valle de México o a la de un Lenin con sobrepeso ("Esta es cintura, pinche poet -me dice lleno de humor cuando lo fastidio diciéndole: 'Lenin no ha muerto, sólo vino a más'-, y no la jodida panza que andas cargando"), y el abrazo que previamente me había dado, me llenaron de consuelo.

Al concluir el mitin volvió a abrazarme y me dijo. "Voy a estar con ustedes". Desde entonces lo ha hecho. No sólo puso a disposición del MPJD el equipo y las instalaciones del Cencos, dirigidos por Brisa Solís, sino todo su saber humano y político, y todo su amor. Su finura, su humor, su discernimiento, su capacidad de negociación y de firmeza en el diálogo, su sentido de la moral de situación, tan poco común en los puritanos de izquierdas y derechas, han sido fundamentales no sólo en las caravanas del MPJD -incluyendo la que ahora hacemos en territorio estadunidense-, sino en los diálogos por la paz que sostuvimos con el Poder Ejecutivo, el Legislativo y los candidatos a la Presidencia de la República, y en las mesas de trabajo que se desprendieron de ellos. Allí donde las movilizaciones del MPJD corrían el peligro de convertirse en una pura protesta, Emilio supo equilibrar, sumar, convencer y abrir el diálogo -uno de los distintivos del MPJD-; allí donde la cerrazón de los poderes instalaba la desesperanza, Emilio encontraba el hueco por dónde transitar y rehacer la esperanza. Aun en las situaciones más desesperadas nuca perdió de vista lo humano ni el humor; tampoco perdió de vista el profundo vínculo entre medios y fines. Las víctimas -centro del MPJD- eran y siguen siendo su prioridad. Lo vi abrazarlas, llorar con ellas, consolarlas, atenderlas y luchar por su dignificación. Prefería tender puentes que dinamitarlos, ganar la construcción y la interpretación que la discusión. Firme en todo momento, sabía dónde apretar y dónde distender; dónde estar en el centro y dónde solamente acompañar. Nunca lo vi perder la compostura ni...

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