La ciudad de las fantasmagorías. La modernidad urbana vista a través de sus sueños

AutorDonovan Adrián Hernández Castellanos
CargoMaestro y doctor en filosofía por la unam
Páginas243-271
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Andamios
La ciudad de Las fantasmagorías.
La modernidad urbana vista a través de sus sueños
Donovan Adrián Hernández Castellanos*
De cualquier modo, vivir en la ciudad
significa verse sometido a sus poderes de fetiche.
david Harvey, París, capital de la modernidad
El sueño debe saber calcular.
victor Hugo
resumen. El ensayo conforma una interpretación filosófica de la
ciudad a partir de la categoría marxiana de la fantasmagoría. Ello
obedece a una doble estrategia: por un lado, se postula una hi-
pótesis arqueológica para analizar la discursividad crítica en el siglo
xx (Benjamin, Kracauer, Bloch y Adorno), la cual insiste en que
el a priori histórico de la filosofía tardomoderna son las metró-
polis de masas; y en un segundo momento se realiza una breve
genealogía de lo político, la cual estudia el fenómeno urbano desde
las siguientes líneas problemáticas: la constitución de una políti-
ca de la experiencia y la de una política del cuerpo en el capitalismo
del siglo xx. Se defiende que la teoría crítica propuso una política
materialista de la lectura para captar la “experiencia” moderna en
“imágenes”, al mismo tiempo que se estudia el nuevo urbanismo
decimonónico como parte del dispositivo de poder de la fantasma-
goría. El argumento general sostiene, así, que la ciudad del siglo
xix, cuya eclosión se encontrará una centuria después, estuvo
organizada a partir de la circulación de las mercancías, con sus
efectos fetichistas sobre la experiencia humana. Finalmente, se
argumenta que el nuevo urbanismo y su gubernamentalidad
se organizan a través de los dispositivos de seguridad biopolíticos.
PaLabras cLave. Política de la experiencia, visión sinóptica de la
ciudad, fantasmagoría, política del cuerpo, discursividad crítica.
* Maestro y doctor en filosofía por la unam. Dirección electrónica: donovan.ahc@gmail.
com
Volumen 11, número 25, mayo-agosto, 2014, p. 243-271
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“La calle, único campo de experiencia válido”, afirmó de manera
con tundente André Bretón en alguno de los abundantes instantes
de peligro de aquél turbulento siglo xx. La filosofía crítica que supo
escucharle se hizo eco de esta peculiar iluminación, aforismo que
no pretendía ser aplicable únicamente al campo de las vanguardias
y su estética fragmentaria.1 Es bien sabido que Walter Benjamin,
pensador de un estilo propio y revolucionario, suscribía a su
manera el dictum surrealista, para integrarlo dialécticamente en un
proyecto filosófico que se proponía indagar sobre los orígenes de la
modernidad, descifrando los sueños decimonónicos sobre los que
reposaba la catástrofe del capitalismo tardío. Como buen marxista
heterodoxo, Benjamin sabía que toda época sueña con la posterior, y
que al nuevo modo de producción le corresponden en la conciencia
colectiva imágenes en las que lo nuevo se entrelaza dialécticamente
con lo antiguo; no otra cosa era el famoso Libro de los pasajes, escrito
fragmentario que ha sido leído como una suerte de diccionario
donde se encuentran las claves de la experiencia moderna. Pensar la
dialéctica en imágenes fue su estrategia epistemológica, pues, en su
firme esfuerzo por separarse de lo anticuado, el sueño en el que, en
imágenes y formas iconográficas, surge la posibilidad de lo nuevo, este
último aparece “ligado a elementos de la prehistoria, esto es, de una
sociedad sin clases”; consecuentemente “la utopía, que ha dejado su
huella en miles de configuraciones de la vida, desde las construcciones
permanentes hasta la moda fugaz” (Benjamin, 2009: 39) se creía
materializada en aquellas formaciones urbanas que vieron nacer a las
modernas sociedades de masas. La utopía se quiso urbana y la ciudad
se convirtió en la ciudad de las fantasmagorías. París, una capital que
la burguesía transformaba rápidamente en una ciudad del capital
(véase Harvey, 2008: 35), dio lugar al protofenómeno (Urphänomen) de
la modernidad en su versión autoritaria.
1 Basada en los principios de la no organicidad de la obra, el uso de la alegoría y el
montaje como formas de expresión, y la discontinuidad de la experiencia sensible,
según argumentara Peter Bürger en su conocida Teoría de la vanguardia (2009).

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