Las cifras y la geografía del cambio ideológico

AutorJean-Pierre Bastian
Páginas35-57
II. LAS CIFRAS Y LA GEOGRAFÍA DEL CAMBIO
RELIGIOSO
PARA dar cuenta de los cambios religiosos en curso en todos los
países latinoamericanos y que se aceleraron a partir de la década
de 1950, es imprescindible procurar la mayor precisión posible.
Antes de lanzarnos hacia tal búsqueda, se necesita saber con qué
se cuenta. No hace falta enumerar las distintas organizaciones
religiosas. Son demasiado numerosas y además se trata de un
universo en constante expansión y redefinición. Así, en México, el
registro que empezó a levantar el Departamento de Asuntos
Religiosos de la Secretaría de Gobernación en 1992 contaba con
una lista no exhaustiva de más de 1700 sociedades religiosas,
incluyendo a las católicas. Establecer listas de sociedades religiosas
puede ser útil para el poder político, pero de poco valor para el
sociólogo, a no ser que permitan registrar la importancia relativa de
cada una y conocer su alcance regional o nacional. Para eso, se
necesita saber dónde se concentran las sociedades religiosas, a
qué tipo de geografía social y económica responden. Con este fin,
más que listados, dos tipos de fuentes son útiles: el registro de
templos en un espacio geográfico dado y el censo de población por
afiliación religiosa.
En la mayoría de los Estados latinoamericanos, los lugares de
culto tienen que registrarse. Pero hasta la fecha, los investigadores
rara vez han recurrido a este tipo de fuente. Por cierto, tales datos
remiten a los centros culturales ya constituidos, pero no
necesariamente al conjunto de organizaciones religiosas o de
prácticas religiosas más difusas, menos institucionalizadas.
Además, estos datos no se encuentran siempre centralizados, sino
que responden a iniciativas municipales y departamentales, lo que
hace más difícil su sistematización nacional. Sin embargo, son
imprescindibles para construir una geografía de la difusión religiosa.
De igual manera lo son los censos nacionales de población
cuando incluyen datos sobre la filiación religiosa. Algunos países
han practicado censos de población que comprenden tales
informaciones. El uso de estos datos, sin duda imprescindible, no
deja de presentar también dificultades. De hecho, los datos
considerados para definir la pertenencia religiosa pueden prestarse
a confusión y su uso revelarse problemático. El término de
“protestante”, por ejemplo, puede no ser adecuado para identificar a
una población religiosa que se auto-define como “evangélica”. Este
último término, de origen anglosajón, tiende a ser utilizado por parte
de los encuestadores y de los investigadores para cubrir también,
además de los movimientos estrictamente protestantes, unos
movimientos que en los Estados Unidos no pertenecen a este
universo, como por ejemplo los mormones, los Testigos de Jehová o
los Adventistas del Séptimo Día. Aun el uso del concepto “católico”
puede no coincidir con una realidad más matizada, donde los
católicos costumbristas en zonas indígenas no necesariamente se
reconocen bajo el uso genérico del concepto, y probablemente
deben tener la misma reticencia los católicos cismáticos que existen
en todos los países de América Latina. Otros datos, como el de
“ninguna religión”, pueden también prestarse a confusión, porque en
ciertas situaciones sirven de “refugio” para encuestados que no se
reconocen en los otros renglones seleccionados o que no desean
dar a conocer su filiación religiosa. Quedan, por supuesto, las
categorías “otra” y “no especificada”, donde se concentran todos los
que no se reconocen en los apartados propuestos. No se debe
dejarlas de lado. Al contrario, se tienen que analizar, porque pueden
igualmente servir de refugio para ocultar filiaciones religiosas
repudiadas por la sociedad global o susceptibles de ser
perseguidas.
Esta breve referencia al riesgoso y necesario uso de los censos
oficiales pretende sólo subrayar la cautela con la cual se deben
considerar los resultados, aún más si no se conocen las condiciones
y las modalidades de la recopilación de los datos. Por lo tanto, son
indicadores preciosos, pero rara vez son totalmente confiables y su
uso tiene que ser crítico.

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