Las causas de la mutación

AutorJean-Pierre Bastian
Páginas58-76
III. LAS CAUSAS DE LA MUTACIÓN
LA EFERVESCENCIA religiosa que ha vivido América Latina durante
estos últimos 40 años es nueva por su amplitud, pero participa de
una continuidad de creatividad religiosa popular. Movimientos
mesiánicos y milenaristas se han manifestado desde la Colonia
hasta el siglo XX. El culto al Niño Fidencio (Fidencio S. Constantino,
1905-1945) en Espinazo, Nuevo León, México; el de María Lionza
en Venezuela o el de la Madre María (María Salomé Loredo, 1855-
1928) en Turdera, Buenos Aires, son manifestaciones entre muchas
de esta religiosidad que se mantuvo distante con respecto a la
Iglesia católica, conservando sin embargo una relación de
subordinación y de no competencia, en la medida en que no
rompían con el universo religioso católico. Eran parte de una
religiosidad de curación y de protección creada por milagreros, a
quienes acudía un amplio espectro de la población, desde la gente
más humilde hasta presidentes anticlericales como Plutarco Elías
Calles en México o Hipólito Irigoyen en Argentina en la década de
1920. Esta religiosidad estaba bajo el control de las jerarquías
católicas, que la toleraban considerándola “un culto esencialmente
cristiano, que sólo padece de vanas observancias”.
En cambio, lo que parece caracterizar a los pentecostalismos y
nuevos movimientos religiosos que han irrumpido desde mediados
del decenio de 1950, es su evidente ruptura con la Iglesia católica.
Las nuevas prácticas religiosas no recurren a las mediaciones
tradicionales del catolicismo. La Virgen María, las santas y los
santos se encuentran ausentes, como también las numerosas
imágenes, exvotos, reliquias y signos que caracterizan al catolicismo
de las masas. Esta ausencia no significa que no haya elementos
afines entre las nuevas religiones y el catolicismo de las masas.
Pero, al contrario de lo que ocurrió durante cuatro siglos y medio, los
nuevos movimientos religiosos se declaran en competencia abierta
con la instancia religiosa hegemónica y construyen empresas
religiosas rivales.
Para entender tal movimiento de ruptura se necesita indagar las
causas que permiten explicar tanto la novedad como la amplitud del
fenómeno. Antes de lanzarnos a semejante tarea, quisiera descartar
ciertos análisis reductores que atribuyen la multiplicación de las
sectas ante todo a factores fundamentalmente exógenos.
A partir del decenio de 1970, una abundante literatura ha tratado
de explicar la proliferación de las sectas como consecuencia de la
pretendida acción del llamado “imperialismo estadunidense” y de su
aparato secreto, la Central Intelligence Agency (CIA). Para estos
investigadores, que encontraron un público receptivo a través de la
prensa amarillista, la irrupción de las sectas sería el fruto de una
estrategia político-religiosa del denunciado “imperialismo
estadunidense”. Esta estrategia se explicaba por la Guerra Fría, que
se inició a partir del decenio de 1950 entre los Estados Unidos y la
Unión Soviética. Correspondía a la necesidad de combatir todo
desarrollo de ideas y movimientos de inspiración marxista y
socialista. A raíz del triunfo de la Revolución cubana y de su
posterior radicalización hacia el socialismo, a partir de 1961,
múltiples intentos revolucionarios estallaron en toda la región. Éstos
tomaron el camino de la guerrilla rural y urbana. Pero también, de
manera no violenta, ciertos sectores de la Iglesia católica se
inclinaron a partir de la segunda Conferencia del Episcopado
Latinoamericano reunida en Medellín, Colombia, en 1968, por la
“opción preferencial por los pobres”. Algunos de los elementos
católicos más radicales, en particular desde su reunión en Santiago
de Chile en 1971, formaron un movimiento de cristianos por el
socialismo y radicalizaron la opción preferencial por los pobres,
buscando organizar redes católicas populares de solidaridad y toma
de conciencia política de izquierda. Esta red cristalizó en la llamada
“iglesia popular”, y su expresión religiosa, en las comunidades
eclesiales de base. Según la concepción desarrollada por estos
investigadores, a partir de fines de la década de 1960 y principios de
la de 1970, la CIA se había dedicado a fomentar la creación de
grupos religiosos de inspiración protestante, con el fin de combatir a
estos grupos de católicos de izquierda y a la “iglesia popular” en el

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