Lo Bronco no quita lo cobarde

AutorSabina Berman

Al día siguiente entró a Monterrey a caballo, miles de sombreros norteños lo recibieron agitándose en el aire.

Sacó luego una silla de una oficina. La silla causa soberbia, explicó. Retiró una fotografía de una pared. La fotografía causa sumisión al poder central, explicó. Clausuró con un candado la reja de la mansión del gobernador. La mansión es un lujo innecesario, se jactó.

¿Desde hace cuánto no presenciábamos una cascada de actos simbólicos así de aparatosos?

Desde que Vicente Fox tomó posesión en el año 2000 de la Presidencia de México e hizo amagos semejantes al priismo al que desplazaba. Investigaré, prometió. Encontraré culpables. Les aplicaré la ley. Y para mostrar que su resolución no era vana, fundó la Secretaría de la Función Pública.

Los priistas más prominentes del país vivían por esos días con las maletas hechas en los vestíbulos de sus mansiones. Alertas para abordar un vuelo al extranjero, en cuanto se concretara la primera detención de un compadre por corrupción.

En una cena ocurrida en Los Pinos en el año 2002, Vicente Fox explicó a un grupo de intelectuales y escritores el dilema que lo torturaba. Tenía la evidencia para llevar a juicio a un ramillete de corruptos, pero también tenía la información de que si procedía contra ellos varios sindicatos priistas se movilizarían para cerrar las carreteras principales e inundar la capital del país.

Como empresario que era, Fox temía las consecuencias económicas. Se paralizaría el país y se devaluaría el peso. Contó entonces que la jefa de la bancada priista, Beatriz Paredes, le había ofrecido una alternativa. Si clausuraba las investigaciones de corrupción en curso en la Secretaría de la Función Pública, ella le garantizaba que el PRI aprobaría en el Congreso las reformas que Fox enviara.

Es probable que El Bronco viva un dilema semejante hoy. O cumple a los votantes la promesa de ir contra la corrupción del pasado y enfrenta las consecuencias -una revuelta organizada por ese mismo pasado-, o bien perdona y olvida, e ingresa a la casta política donde una larga fila de traidores a sus propias palabras lo espera para confortarlo con la retórica del cinismo.

En aquella cena en Los Pinos, la mesa enmantelada de blanco olía a pólvora. Denise Dresser animó al presidente a no pactar con el pasado y a inaugurar un tiempo nuevo. "Si votamos por Vicente Fox fue porque no queremos la paz de los sepulcros". Palabras más o menos...

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