De antologías y antólogos

AutorAndrés Henestrosa
Páginas174-175
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ANDRÉS HEN ESTROS A
no conoce la pintura mural del siglo XVI, descubiertas en nuestra época; no se
da cuenta del valor estético del arte pictórico-indígena, aferrado a su concepto
académico del arte. ¿Pero es válida esta explicación del maestro don Manuel
Toussaint? A primera vista, sí. Couto era hombre juicioso; pero otros hombres
juiciosos de nuestros días ante cuyos ojos han ocurrido los descubrimientos de
las grandes pinturas del mundo indígena, se empeñan en negarlas. Y es que
no es sólo obra de la falta de información, sino que sus prejuicios religiosos,
más que su criterio estético, no les permite reconocer la existencia de un arte
superior y verdadero, allí donde existió una religión ajena a la que profesan.
Y vuelto al tema de la antelación de estas opiniones, yo creo que el doctor
Rafael Lucio fue quien abrió la puerta a los errores para juzgar a la pintura
mexicana, y no José Bernardo Couto, así hubiera escrito su ensayo antes que
el otro dictara su conferencia en Geografía y Estadística, en el año de 1863,
y luego publicado en folleto al año siguiente. Si hasta parece que el autor del
Diálogo estuvo entre los oyentes.
4 de octubre de 1953
De antologías y antólogos
Algún fundamento debió tener quien primero atribuyó a José María Luis Mora
la Colección de poesía mejicanas publicada por la Librería Rosa, en París, el año
de 1836. Quién haya dicho, y dónde está dicho es cosa que no sé ni lo saben
los pocos eruditos que he podido tener a la mano. Desde luego quien hizo la
afirmación no pudo fundarse en los indicios, deleznables a la simple vista, de
encontrarse en aquel tiempo en París el doctor Mora, ni el de coincidir la grafía
que usaba con la que era habitual entonces: jota por equis en la palabra México.
Es cierto que en aquel año publicó Mora en la propia ciudad y por la misma
Librería su libro Méjico y sus revoluciones y un año más tarde sus Obras sueltas.
Cierto, pero no parece suficiente para reforzar tal atribución. En cambio hay
indicios para pensar que no fuera él quien recopilara y escribiera la Advertencia
Preliminar. Uno es que las piezas que constituyen la Colección denuncian no sólo
prisa, sino un lamentable mal gusto que es, precisamente, el que más trabaja
en contra del espíritu que presidió su publicación: “dar a conocer la literatura
mejicana de cuyos adelantos se tienen tan poca idea en Europa”. Parece impo-

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