Vuelta de tuerca

AutorJavier Sicilia

El problema es que quizás ellos no han entendido todavía lo que el perdón significa, equiparándolo, en una suerte de eufemismo, con un borrón y cuenta nueva.

El perdón (preciso y amplío lo dicho en mi entrevista en Proceso 2181), una palabra cargada de sentido cristiano y del que, estoy seguro, se deriva lo que el laicismo llama justicia transicional, no significa empezar de cero y tragarse el dolor. Es, ciertamente, como su etimología lo dice, "la entrega de un regalo, de una gracia inmerecida", porque no habrá nada que pueda compensar un asesinato o una desaparición.

Sin embargo, para poder entregar ese don mayúsculo, es preciso -como lo muestra el sacramento de la reconciliación del mundo católico- saber quién es el ofensor, qué hizo y a qué penitencia debe someterse para resarcir la ofensa. Sin eso, aunque exista en el ofendido la voluntad de perdonar, el perdón no se cumple.

Si no hay culpable, si no hay verdad ni arrepentimiento, no puede llegarse a lo que jurídicamente se llama justicia restaurativa, ese otro doloroso proceso en el que víctimas y victimarios hablan colectivamente entre ellos y deciden lo que hay que hacer para reparar el daño, perdonar, ser perdonado y restaurar así lo que el crimen destruyó en el tejido de la vida.

Por ello, el sacramento de la reconciliación, del perdón, que anteriormente se llamaba Confesión -admitir la culpa o poner al descubierto la verdad de un acto-, tiene varios pasos: examen de conciencia del ofensor, dolor del mal provocado por el acto o los actos cometidos, penitencia y propósito de enmienda, que, traducidos al lenguaje jurídico de la justicia transicional, es el derecho a la verdad, a la justicia, a la no repetición y a la memoria. Sólo al final de este largo y doloroso proceso, que puede durar lustros, está el perdón, la posible justicia restaurativa y la cicatriz que la sociedad debe preservar para no repetir el daño.

Recuerdo, en este sentido, una preciosa anécdota de la vida de Gandhi.

En 1947, hacia el final de los procesos de independencia de la India, se desató una espantosa guerra fratricida entre hindúes y musulmanes que concluyó en la fundación de Pakistán. Gandhi, cuya autoridad representaba a la India entera, decidió ayunar para detenerla. En el momento más duro de su ayuno, un hindú fue a verlo: "Levanta tu ayuno, Bapu -suplicó-, nos dueles, perdónanos". "¿Qué hiciste?", preguntó Gandhi. "Tomamos un tren que transportaba musulmanes; en el furor de la violencia maté a un niño...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR