Los vuelos de Jimbo

AutorSamuel Máynez Champion

Desde que la memoria se afianzó en su corazón, recordaba a su padre contándole cuentos y fábulas antes de dormir. Por lo general, y por eso eran imborrables, se acompañaban de música. Algunas veces, ésta precedía las narraciones; otras, las más solicitadas por la criatura, eran aquellas donde las imágenes sonoras corrían al parejo de las palabras. ¡Cuántos personajes definieron su carácter a través de temas melódicos que podían, según las circunstancias y el estado de ánimo de su papá, oscilar entre lo sublime y lo grotesco!

Para el ciempiés que había perdido el uso de sus patas sonaba una marcha cuyos tiempos fuertes eran delicados glissan-di que se detenían en un horroroso acorde. Los cantos de la cigarra que no pensaba en el futuro eran ilustrados con motivos frívolos que invitaban a la pereza. Para dibujar el deslizamiento y los resplandores de un cardumen de peces con escamas de oro(1) surgían arpegios sobrenaturales, que nadie podría haber igualado en su originalidad. ¡Cuántas risas, cuánta algarabía, pero también, cuánto dolor contenido!

Los cuentos que más atención recibían eran los del elefantito que llegaba volando a París para escapar de la maldad de su entorno. Nunca terminaban igual y, casi siempre, se prolongaban en los sueños de la infanta, que ya no percibía cómo su progenitor le acomodaba las cobijas y le besaba la frente antes de abandonar la habitación. Aunque también los inicios podían diferir, variando los sitios donde el paquidermo había visto la luz: a menudo nacía en la sabana africana, otras en la India y, ocasionalmente, provenía de Tailandia o Borneo y, para cada localidad, su diestro papá improvisaba sonoridades con sabores, colores y aromas tan distintos entre sí, tan exóticos, tan anómalos, que costaba trabajo creer lo que sus oídos escuchaban. Aquello que no cambiaba era la edad y el tamaño: era siempre un ejemplar joven y, lo más importante, era que jamás decaían sus ansias de volar.

En ciertas noches, la pequeña se despertaba llorando porque las desventuras de la pobre bestia habían cobrado en su imaginación dimensiones de espanto. ¿Cómo era posible que la gente pudiera ensañarse con un animal que no le hacía daño a nadie? ¿Por qué el hombre encontraba placer en infligir sufrimientos y, sobre todo, en seres indefensos? ¿Qué gusto podía haber en cazar, enjaular, amaestrar y exhibir a animales cautivos? ¿De veras la raza humana podía considerarse superior a las demás?

¿No era obligatorio que la supuesta...

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