Por qué voy a votar por Felipe Calderón

AutorCesar Fonseca
CargoDirector del despacho de consultorio Paideia hoy
Páginas34-36

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E. L. Doctorow afirma que el carácter de los presidentes es muy importante: "Según sea el presidente que elegimos, así será el país que tendremos. Con cada nuevo presidente, la nación se confisura espiritualmente. El es el artífice de nuestra maleable alma nacional. No sólo propone las leyes sino la clase de ilegalidad que rige nuestra vida y provoca nuestras reacciones. Las personas que designa son hechas a su imagen y semejanza. Comparto esta opinión y me parece que, dentro de las tres opciones que nos ofrece la contienda electoral por la presidencia de México en 2006, Felipe Calderón es el único candidato que puede garantizar un avance.

Antes de explicar por qué, quisiera dejar claro que mis simpatías se inclinan hacia el centro izquierdo y, si debo ser honesto, me agradan más las prioridades que dice tener el PRD. Desde mi punto de vista, la gran tragedia de México se llama desigualdad. Quien vea nuestros campos o quien se asome a la vida de muchos obreros mexicanos, se convencerá de que sin una clase media fuerte, el país nunca despegaré hacia el desarrollo, por más que, un pequeño grupo de empresas transnacionales -y nacionales- se enriquezca en nombre de la libertad.

El problema que tengo con el PRD es su candidato: Andrés Manuel López Obrador no parte de una visión de Estado o de un sincero deseo de mejorar la calidad de vida de millones de mexicanos sino del resentimiento, de un enfermizo afán de revancha que, como lo demuestra la historia, nunca ha dado buenos resultados. Su programa de gobierno se reduce a que se venguen las afrentas que industriales y comerciantes han hecho al pueblo, en la línea de dirigentes como Fidel Castro, Mao y, recientemente, Hugo Chávez.

La mejor prueba de lo que afirmo es su discurso: bajar sueldos, encarcelar, inhabilitar, humillar... No se trata de que los grupos menos favorecidos mejoren su nivel de vida sino de que los más favorecidos muerdan el polvo. Sueña con volver a un pasado echeverrista, donde los acarreos -la escuela en la que él se formó- definían México. "El pueblo ha hablado", decía el presidente-emperador. Por otra parte, ha anticipado que sólo respetará las decisiones de la Suprema Corte cuando éstas sean justas y se ha dedicado a arremeter contra cualquiera que lo cuestione, ya se trate del Instituto Federal Electoral (IFE), Televisa las agencias encuestadoras o los banqueros. Derrocha nostalgia, rabia y odio, cuando lo que necesita el país en estos momentos es conciliación.

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