El voto moral

AutorFabrizio Mejía Madrid

Que la moral existe independientemente de nuestros deseos y de creencias es tan obvio como tener el impulso de salvar a un niño que se está ahogando. Ese aliento no cambia si uno es católico o ateo, o si le conviene a uno salvar al niño o si uno lo conoce y quisiera conservarlo.

El estímulo moral nos da la razón para hacer algo que no teníamos que hacer antes de que ocurriera. Sabemos que salvar al niño tiene un valor en sí mismo, es una acción que reconoce su propia razón de ser. Se reconoce que ese niño tiene un valor en sí mismo y sentimos el estímulo para actuar.

Lo que hagamos depende de muchas circunstancias -si sabemos o no nadar, si hay alguien cercano que sepa hacerlo-, pero el impulso moral está en nuestra capacidad de valorar el mundo y tener el empuje de cambiarlo, independientemente de nuestras creencias o deseos. Esto es importante porque la cultura del individualismo neoliberal nos ha repetido que todo lo que hacemos está embarrado de interés personal y no es cierto en el caso hipotético del niño ahogándose, como tampoco lo fue en la ayuda de los vituperados "millenials" durante el terremoto del pasado 19 de septiembre.

No todo es apetito, cálculo interesado o dogma de fe. Las acciones morales siguen existiendo en nuestra cultura. Decir, como los teóricos neoliberales, que la moral es un "deseo de quedar bien con la autoridad" o que es para acrecentar nuestros narcisismos y satisfacer nuestra vanidad no da cuenta de que existe en nuestra constitución como personas algo independiente de lo que pensamos o sentimos para decidir actuar. Se llama sentido moral y motiva a quien sea que esté consciente de una situación dada. Actuar no es necesariamente inevitable, porque depende de otras circunstancias, pero el impulso inicial existe.

Los dos pensadores que pusieron atención en ello fueron Aristóteles y Kant. Ninguno de los dos negó los deseos, apetitos e inclinaciones naturales, sino que los tomó como base de la acción. Nadie, pensaron, puede actuar sólo con base en sus apetitos, sin tomar en cuenta un imperativo de segundo orden: haré esto porque quiero sólo si no se contrapone con la moral. Hay muchas cosas que hacemos porque las deseamos, pero tendemos a justificarlas con ese segundo orden que nos habla al oído.

Hacer el mal siempre tendrá un escrutinio que trata de calzarlo con lo que Aristóteles llamó "frónesis" y Kant "sentido del deber". Los sicarios que asesinan por dinero racionalizan su mala acción: la víctima era un...

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