La verdad, y no la autoridad, debe determinar la justicia

AutorRicardo Raphael

Mi país es una comunidad montada en zancos que camina sobre un extenso valle minado por las mentiras.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegamos hasta aquí, y nadie tiene aún la solución para salir.

Mientras las explicaciones son escasas, los muertos y los desaparecidos se han vuelto incontables. Perdimos la paciencia conforme la bestia envilecida de la violencia fue destruyéndolo todo.

Hoy tenemos hambre que urge a conocer la verdad. No importa cuán cruda, cuán terrible, cuán insoportable sea: sabemos que sólo la conciencia de los hechos nos salvará.

La justicia no puede ser paciente si la verdad permanece oculta. La justicia depende en todo de la verdad. Las lecciones han sido dolorosas, pero hoy sabemos que cada vez que se intentó hacer justicia a partir de premisas falsas el país se puso peor.

Aprendimos que la justicia es el método más civilizado para acudir a la verdad, y también que sin verdad nada puede ser civilizado. Sin verdad la violencia prevalece, sin verdad la paz se desvanece.

Fue Hobbes, en el siglo XVII, quien acuñó la sentencia non veritas facit legem para decretar que es la autoridad, y no la verdad, la que define a la ley.

Para el autor del Leviatán es el poder de la espada el único que puede determinar lo que es justo o injusto, legal o ilegal, verdadero o falso.

"La autoridad de los escritores, sin la autoridad del Estado, no convierte sus opiniones en ley, por muy veraces que sean", afirmó.

En temas de justicia la historia mexicana ha sido muy hobbesiana: rara vez la verdad ha importado. Lo que el soberano decida, lo que el dictador determine, lo que el presidente establezca: eso es lo justo.

Un comportamiento político distinto sería extraordinario; desde siempre ha sido el Leviatán, y no la verdad sobre los hechos, quien resuelve la justicia mexicana.

Somos un país arrojado al juicio del poder, no al imperio de las leyes. Somos una cultura que abraza la espada a la hora de hacer que la ley se cumpla.

Por eso puede, todavía hoy -desde el Palacio Nacional-, decretarse quién es investigado y quién no, con qué árbol caído se puede hacer leña, a quién se debe perdonar, a quién se debe juzgar.

En temas de justicia el Leviatán es lo único que sigue importando: no hay novedad.

Si acaso queda la esperanza de suponer que mientras el Leviatán de antes era corrupto, el de ahora no lo es; pero ambos comparten la misma convicción: non veri-tas facit legem.

Con ingenuidad si se quiere, con romanticismo si se puede, sobre todo con...

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