Las víctimas

AutorJavier Sicilia

Las víctimas producimos miedo, somos incómodas. Jorge Semprún lo describe en L'écrñure ou \a vie cuando, el 12 de abril de 1945, al día siguiente de su liberación del campo de exterminio de Buchenwald, se topó con unos soldados que lo miraban con espanto: "Me vi en su ojo horrorizado y súbitamente tuve la dura sensación de no haber escapado a la muerte, sino de haberla atravesado. Más bien de haber sido atravesado por ella. De haberla vivido, de alguna manera. De haber regresado de ella como se vuelve de un viaje que nos ha transformado: tal vez transfigurado.

"Comprendí de inmediato que esos militares tenían razón de espantarse, de evitar mi mirada. Porque en verdad no había sobrevivido, no había evitado la muerte. No había escapado de ella. Más bien la había recorrido de un extremo al otro. Había transitado sus caminos, me había perdido en ellos y reencontrado, zona inmensa donde escurre la ausencia. En síntesis, era un revenido.

"Los revenidos siempre producen miedo" porque no sólo somos los testigos del crimen y de la muerte que nadie quiere asumir, sino también por-

Las víctimas que la llevamos con nosotros en nuestra piel, en nuestra mirada, en nuestras palabras, como una inmensa acusación.

Súbitamente, como los militares de Semprún, las víctimas irrumpimos y sacamos al Estado -me refiero a los seres que lo administran- del último reducto de su zona de confort. Mientras éramos un asunto de estadística, ajena a cualquier imagen concreta, el Estado, como lo hace al administrar la violencia, se movía en una transparencia sin memoria y sin consecuencias. Pero en el momento en que aparecimos con nuestras presencias concretas, todo se trastocó. Comenzamos a llamarlo, a comprometerlo.

Observado, escrutado, mirado por la mirada extranjera de esos revenidos que creía encerrados en las abstracciones sin rostro de la estadística y la muerte, el Estado dejó de tener una naturaleza que le pertenece, para comprometerse. Por eso, la administración de Enrique Peña Nieto, no bien las reconoció y tuvo el acierto de promulgar la Ley General de Víctimas, ha intentado de nuevo borrarlas y, aterrado por su presencia, regresar a la misma lógica del calderonismo: el Estado que vive para sí, que administra la violencia, que reduce todo a un asunto policiaco donde sólo cuentan el combate y el control. Hay que volver al otro inofensivo, hay que transformarlo de nuevo en objeto controlado y reducido a estadística. Las víctimas no existen.

Esta óptica...

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