Universidad Nacional: Dejar atrás las inercias

AutorRaúl Domínguez Martínez

De acuerdo con estimaciones del Congreso del Trabajo, en la actualidad el uno por ciento de la sociedad se apropia de la mitad del ingreso nacional. Esta situación, constatada de manera terrible a nivel empírico por la totalidad de los mexicanos, más allá de la exactitud de las cifras calculadas, se ve acompañada de circunstancias concomitantes igualmente monstruosas: 40 millones de habitantes en condiciones de pobreza absoluta; 51 por ciento de la Población Económicamente Activa padeciendo extrema depauperación salarial; tasa de analfabetismo adulto del orden del 17 por ciento; cuando menos, según la UNICEF, el 19 por ciento de los niños menores de cinco años padeciendo "bajo peso, retardo en su crecimiento y anemia" (son los futuros estudiantes que, como en Holanda o Bélgica, pagarán cuotas por la modernización del aparato educativo), etcétera.

Semejante realidad ha sido una constante de crudeza extrema a lo largo del siglo, si bien diversas circunstancias se han conjugado para paliarla de manera esporádica. De cualquier manera, constituye un problema medular ante el cual todo intento de justificación se estrella. Hoy, la tendencia a la concentración de la riqueza cobra vigor en nuestro país, situación que exige una solución impostergable.

Ciñéndose a una lógica rotunda, este problema central debiese ser el referente incuestionable para validar o invalidar no sólo cualquier ejercicio de autoridad, sino a la autoridad misma.

El abandono gradual

En materia de política educativa, el panorama en México resulta poco alentador. Podríamos comenzar señalando que los presupuestos federales destinados a este rubro han sido considerados y tratados no como una inversión, sino como un gasto. De hecho, atendiendo al comportamiento del gasto educativo en relación con el proceso de formación de capital, constatamos que las diversas modalidades, los distintos ritmos y los diferentes volúmenes de erogación por este concepto han estado marcados por las necesidades detectadas en sus respectivos momentos en el desarrollo del patrón de acumulación, en mucho mayor medida que por el coeficiente de socialización implicado en la enseñanza, y desde luego, que por su papel como palanca de promoción social, determinando de tal manera una forma de subsidio a la formación de capital.

Es decir, la política educativa del grupo que lleva más de 70 años usufructuando el poder se ha configurado principalmente como una función de apoyo a la consolidación de la riqueza acaparada. Así, el tono triunfalista que ha permeado desde siempre el discurso oficial, es desmentido por una obstinada realidad: nunca a lo largo de esas siete décadas se ha logrado una cobertura educativa total, ni se han logrado corregir los profundos desequilibrios regionales y sociales, ni ostentar una tasa cero de analfabetismo, ni abatir el bajísimo índice terminal, ni sanear la inmensa desproporción entre la base de la pirámide y el vértice, ni alcanzar...

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