Traspasan los siglos las muertes rituales

AutorYanireth Israde

Los tlapanecos de Guerrero sacrifican un gato cuando el comisario municipal asume el cargo. Y para ungir al jefe de la policía matan un perro.

Son muertes rituales que, según la comunidad, mantienen el orden del pueblo, pues el felino transmite su astucia al gobernante, mientras el policía recibe del perro sus virtudes como guardián.

"El sacrificio no desapareció. Hoy tenemos fundamentalmente víctimas animales, pero es un fenómeno que se adapta, se transforma, no es unívoco: es un árbol de muchas ramas", destaca el arqueólogo Leonardo López Luján, quien junto con el antropólogo Guilhem Olivier coordinó el libro "El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana", cuyo lanzamiento alistan el INAH y la UNAM.

Los estudios de 28 expertos de todo el mundo se reúnen para proveer información científica sobre un tema que suele distorsionarse por maniqueísmos y clichés, refiere López Luján.

"Es un fenómeno polémico, causa fascinación. El libro nos ayuda a matizar, a no hacer comentarios tajantes o maniqueos, por ejemplo que los mexicas eran los grandes sacrificadores de la antigüedad. No es cierto".

Esta práctica se afianzó en Mesoamérica desde hace por lo menos 4 mil años y se extendió entre pueblos considerados "pacíficos", complementa Olivier.

"Desde la época clásica hay sacrificios en el área maya. La idea, que se manejó hasta los 60, de que los mayas eran pueblo pacífico, dedicado a la astronomía, ya no es válida, lo mismo para Teotihuacán, que se pensó durante mucho tiempo como sociedad teocrática y pacifista".

En la Ciudad de los Dioses, durante las excavaciones en las pirámides de la Luna y de Quetzalcóatl, se encontraron los restos de 137 individuos sacrificados, recuerda López Luján.

Tampoco fueron los sacrificios únicamente alimento del sol, una ofrenda preciosa que animaba el curso del astro.

Servían también, detalla Olivier, para solicitar lluvias, para consagrar una edificación arquitectónica, para entronizar un rey, para festejar una victoria militar o para amedrentar a los enemigos.

En momentos de crisis, los sacrificios se intensificaban, añade López Luján.

"Un ejemplo es el Templo Mayor de Tenochtitlán, donde cada año los mexicas sacrificaban a una pareja de niños en honor del Dios de la Lluvia. Escogían a pequeños porque se asemejaban a los tlaloques, asistentes de Tláloc".

Era un buen augurio que los infantes lloraran, porque muchas lágrimas anticipaban lluvias abundantes, según Fray Bernardino de Sahagún.

Pero durante...

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