La tragedia brasileña

AutorOlga Pellicer

La descomposición de las instituciones políticas en Brasil ha tenido un proceso accidentado durante los últimos cinco años. El nivel de las movilizaciones callejeras; el carácter disfuncional de un Congreso donde operan formaciones políticas numerosas, algunas volátiles y sólo dispuestas a negociar para vender su voto; la polarización de la sociedad propiciada por profundos desacuerdos respecto a la prioridad, o no, que se debe otorgar a los problemas sociales; la amenaza siempre presente de la vuelta de los militares al poder. Todas esas circunstancias han dado el tono a un proceso que avanza, muy posiblemente, hacia una forma de golpe de Estado.

Dos momentos clave sirven para ilustrar las contradicciones y el deterioro de la vida política en Brasil: el primero, la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, caracterizada por lo mal sustentado de las acusaciones y la doble moral de quienes la acusaban, la mayoría de los cuales se encuentra bajo procesos de investigación por corrupción; el segundo, la fuerza adquirida por el movimiento Lava Jato (limpiar el coche), destinado a luchar contra la corrupción, pero convertido, de manera muy perversa, en instrumento para combatir a la izquierda brasileña agrupada, principalmente, en el Partido del Trabajo (PT).

Nadie puede desconocer la urgencia de combatir la corrupción que recorre las actividades de empresarios y políticos brasileños; pero nadie puede desconocer que las formas y los tiempos en que ha ocurrido ese combate, en el caso de Lula, tenían una clara intención política. En efecto, la posibilidad de participar en las elecciones de octubre, cuando las encuestas lo colocaban como el candidato puntero, convertían a Lula para muchos en el enemigo a vencer. Así, la historia de Lava Jato deja como enseñanza el grado en que causas justas -como lo es la lucha contra la corrupción- pueden convivir con métodos condenables para la vida democrática.

El deterioro de los mecanismos políticos brasileños ha tenido como telón de fondo los problemas sociales y la enorme polarización de Brasil. Al igual que otros países latinoamericanos, la desigualdad es allí el fenómeno sobresaliente. El adelanto tecnológico y la modernidad, tan visibles en las grandes ciudades del país, están acompañados de la pobreza lacerante en los cinturones de miseria que las rodean (las famosas favelas vienen de inmediato a la mente), así como de los problemas de marginalidad y atraso de grandes regiones en el nordeste del país.

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