Tolerancia, racismo, fundamentalismo y nacionalismo

AutorGuillermo Almeyra
CargoUniversidad Autónoma Metropolitana, México
Páginas7-19

Page 7

Según la etimología,1 la palabra “tolerar” viene del latín tolerare (llevar, cargar, sostener; soportar, tener la fuerza de carga o sostener), del indoeuropeo tel-os (carga, peso), de tel- (levantar, sostener, pesar; soportar, aguantar, tolerar). En el uso cotidiano, tolerar significa soportar o sufrir una cosa o a una persona; permitir que se haga una cosa; admitir ideas y opiniones distintas de las propias.

Un humorista brasileño, el Barao de Itararé, tenía como lema de su periódico A Manha, una versión ligeramente modificada de la frase de Voltaire (“Defenderé hasta la muerte su derecho a divergir de lo que digo”), la cual rezaba así: “Defenderé hasta la muerte tu derecho a ser un imbécil”. El Barao era, en efecto, un tolerante.

Porque en la tolerancia se sufre al escuchar opiniones que uno no comparte, se soporta la carga de la paciencia ante ellas; se permite algo aunque moleste (se toleran los ladridos de un perro o la charla insulsa de un amigo sin tratar de interrumpir o prohibir ninguna de ambas cosas). La tolerancia es la intolerancia del primitivo pero una vez vestida decentemente, civilizada, urbana. En ella la cortesía y el don de gentes llevan a aceptar la existencia del diferente, pero sin llegar hasta el intento de comprenderlo y de darle, al menos, la misma dignidad que uno cree tener. La condescendencia implícita en el tolerar supone, en efecto,Page 8 una firme creencia en la superioridad de la propia opinión o del propio arbitrio. Porque en la tolerancia no hay dudas sobre sí mismo y, en cambio, existe un juicio previo, un pre-juicio, sobre el valor de lo que se aguanta porque no hay más remedio, de lo que se soporta con paciencia de Job, de ese peso que nos impone el vivir en sociedad y, por lo tanto, la obligatoriedad de los compromisos.

Quien tolera la práctica de otras religiones tiene opiniones firmes: o es agnóstico y las personas religiosas le parecen incultas, poco desarrolladas, o cree a pie juntillas en los dogmas de su propia religión que reputa la única verdadera e inspirada por su Dios, el cual, por supuesto, no tiene rivales. Condesciende, por lo tanto, al permitir que otros sigan creyendo en las que considera supersticiones, con la esperanza de que esos otros algún día adquirirán cultura o terminarán por madurar. Por eso una crítica que uno considera errónea se tolera, es decir, se aguanta como quien aguanta o soporta la inclemencia del tiempo, el cual, como se sabe, es caprichoso y ciego.

Tolerar no es lo mismo que comprender o respetar: en el primer término hay una carga de rechazo, de obstinación y arbitrio individualistas, mientras que en comprender está implícito el esfuerzo por entrar en el modo de pensar y de actuar del Otro, al cual se le atribuye, potencialmente, por diferente que sea, la misma capacidad y dignidad. Y respetar también significa ver un elemento de igualdad en la diversidad.

En la tolerancia campea la firme creencia en la superioridad de la propia cultura y, como corolario, de la inferioridad de la del Otro. Los griegos, por ejemplo, que aprendieron todo en Oriente, sobre todo de los egipcios, llamaban bárbaros a quienes hablaban lenguas tanto o más refinadas que la helénica. Y bárbaros resultaron para los europeos los árabes que les transmitieron el conocimiento de Oriente y de la Antigua Grecia, unido a su propio desarrollo científico y cultural.2

El racismo antiárabe, imperante en Europa desde la expansión colonial de la misma, tiene su raíz en siglos de inferioridad cultural, económica y militar del viejo continente ante el Islam, que los europeos no conocían ni comprendían, pero veían con una mezcla de envidia admirativa y de odio que se expresó en las motivaciones de las Cruzadas. Esos siglos de construcción de un sentimiento de inferioridad y de temor a lo desconocido dan origen ahora al intento de afirmar una supuesta superioridad rebajando, desconociendo al Otro y, sobre todo, fabricándolo como inferior y como monstruo.3

Page 9

Si había que oprimir y colonizar pueblos con grandes civilizaciones, los mismos debían ser considerados inferiores, incluso no humanos, y sus civilizaciones debían ser negadas y destruidas. Así sucedió con la conquista de América, con la colonización de África, con la de los grandes países asiáticos. El salvaje (indígena americano o negro) es sólo fuerza natural, desbastada, y su pensamiento es sinónimo de infantilismo, es prelógico según los raseros europeos. Cuando mucho se le reconoce el carácter de “buen salvaje” o se le pinta, como símbolo de todo el continente, como Calibán, pura fuerza bruta, opuesta a la sabiduría de Próspero y al civilizado Ariel.4

Como es sabido, Herbert Marcuse, ante las características de la tolerancia, se oponía al concepto mismo diciendo que, en el mejor de los casos, defendía y perpetuaba el statu quo y, con su relativismo (nadie estaría en condiciones de determinar qué es lo justo o qué es lo bueno y qué lo malo), paralizaba la construcción de un pensamiento crítico. Por su parte, Robert Paul Wolf, en su ensayo “Jenseits der Toleranz”,5 sostiene que ella “privilegia a los grandes grupos establecidos a costa de los grupos en formación”, es decir, ayuda a congelar la sociedad frenando los elementos del cambio. Pero es evidente que la tolerancia, como la democracia, no es un punto de llegada sino sólo un imperfecto punto de partida para construir una sociedad más justa y, como tal, sobre todo ante el avance de lo que Boaventura de Souza califica de “fascismo societario” (o sea, de la introyección en vastas capas sociales de una mentalidad fascista), resulta esencial incluso la tolerancia, con toda su insuficiencia.

Las raíces de la intolerancia

La superioridad autoproclamada (o pensada en la relación con el Otro) es la base del racismo, el apartheid, el colonialismo y el nacionalismo xenófobo, todos ellos componentes fundamentales de la intolerancia.

El rabino Ovadia Yosef, jefe espiritual del Shas, el mayor partido religioso de Israel, integrante del gabinete ministerial de Ariel Sharon (el criminal de guerra que desempeña el cargo de primer ministro de su país), declaró por ejemplo en la Pascua del 2003 que había que eliminar hasta el último árabe. Éstas son las palabras textuales de este vocero de Jehová, este hombre de religión: “Está prohibido ser piadoso con ellos. Se les deben enviar misiles y aniqui-Page 10larlos. Son malignos e infames. El Señor debe hacer pudrir sus semillas y exterminarlos, devastarlos y arrasarlos, [sacarlos] de este mundo”.6

Por su parte, Joseph Weitz, quien fue director del Fondo Nacional Agrario Judío, el 19 de diciembre de 1940 (cuando los judíos eran una ínfima minoría en Palestina) escribió:

Debe estar claro que no hay sitio para ambos pueblos en este país. A la empresa sionista le ha ido bien hasta ahora... y le ha bastado con comprar tierras, pero esto no creará el Estado de Israel; eso debe ocurrir de inmediato, como una Salvación (ése es el secreto de la idea mesiánica) y no hay otra forma de hacerlo que trasladar a los árabes de aquí a los países vecinos, trasladarlos a todos; con la excepción tal vez de Belén, Nazaret y Jerusalén Antiguo, no debemos dejar una sola aldea ni una sola tribu...7

Obsérvese la fecha: aún existía el nazismo, que aplicaba la misma concepción a los judíos.

Antes mismo, en la conferencia de paz de París de 1919 (o sea, mucho antes del Holocausto, que fue utilizado para ocupar las tierras árabes de Palestina), el líder sionista Jaim Weizmann había declarado: “Los árabes seguirán siendo nuestro problema durante mucho tiempo. Puede ser que un día tengan que irse y dejarnos el país. Son diez a uno, ¿pero no tenemos acaso los judíos diez veces su inteligencia?”.8 De este modo, a la idea de la limpieza étnica presente actualmente en la extrema derecha israelí se unía hace ya casi un siglo la idea abiertamente proclamada de la superioridad étnica, racial (que retomarían los nazis veinte años después).

Varias son, pues, las raíces de la intolerancia. La esencial es la idea eurocentrista y soberbia de que los valores universales son sólo los que históricamente surgieron y se desarrollaron en Europa y de ahí triunfaron en Occidente (o sea, Estados Unidos más las élites de América Latina, Asia y África). La concepción de que todo debe ser juzgado según un cartabón de claro origen étnico y resultante de una historia particular que se basó en la explotación de la inmensa mayoría de la humanidad es lo que lleva a aceptar, por ejemplo, el etnonacionalismo sionista y a hacer en cambio una caricatura del Islam, para rechazarlo. La pretensión kantiana de la universalidad de los valores de Europa (una pequeña parte de la humanidad) es la base del rechazo, por inferiores, de otras culturas que ni siquiera se entienden.

Page 11

Otras bases principales de la intolerancia son el mesianismo religioso, que implica la idea del pueblo elegido, y el fundamentalismo también religioso, excluyente, antiguo como la civilización pero que adquirió características particularmente letales con el nacimiento de los estados (las Cruzadas y la Conquista de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR