Testimonio de Rafael Méndez Valenzuela. "No te podemos dejar ir... Quedaríamos como unos pendejos"

AutorRafael Méndez Valenzuela

¡Listo, mi AFI! ¡Ya va preparado! -indica el soldado.

El helicóptero despega. Ahora estoy sentado en medio de dos policías de la Agencia Federal de Investigación (AFI). Escucho que me llevan a las oficinas de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). Después hay silencio.

Seguro que en esas oficinas hay personal especializado que va a entenderme, me consuelo. Sí. Les contaré todo desde el principio. Que estoy en el Zócalo abstraído en los movimientos de los danzantes indígenas cuando escucho una voz junto a mí.

-¿Qué onda, carnal? ¿qué haces? ¿quieres trabajar? No contesto. Se presenta. Dice llamarse Enrique. Reparte volantes en los que se lee una oferta de trabajo en la construcción de carreteras del Estado de México. -¿Y de qué es la chamba?

-De todo. Manejar maquinaria pesada, hacer todo lo que tiene que ver con la construcción.

-Ah, órale...

¿Quieres aventuras, Rafael? Ahí está tu oportunidad, me digo. Trabajar aquí, conocer otros ambientes antes de regresar, ¿por qué no? (Si pudiera volver el tiempo atrás me respondería: "Porque no, pendejo, porque no. Y ya, vete de una vez a tu casa".)

-¿Y qué hay que hacer?

-Vamos a la oficina. Está aquí a la vuelta. Para que platiques con el ingeniero y se pongan de acuerdo.

Sí. En la SIEDO les describiré que camino con Enrique por la calle Tacuba hasta un edificio estilo barroco que en sus mejores tiempos pudo haber sido un hotel. Se me figura como en esas películas de época: alcobas decoradas con cortinas de terciopelo y muebles franceses, un jardín central con flores y una fuente de cantera de la que brotan chorros simétricos de agua limpia. Pero sólo lo imagino, porque del otro lado del portón se extiende un patio de ladrillos quebrados, cubierto en partes con cachos de cemento. En vez de fuente hay una pila rodeada de cubetas de plástico. El inmueble está convertido en una vecindad de paredes descarapeladas y manchadas de humedad, de cuyas habitaciones asoman niños descalzos y chamagosos.

Les diré que cruzamos el patio y subimos al primer piso por losas onduladas, vencidas por las pisadas de los años, que ahí está el ingeniero de obras, un hombre de unos 50 años que se presenta como Juan Manuel. Que me contrata rápido, demasiado rápido, luego de una breve entrevista.

-Mañana sales temprano a Toluca para que empieces a chambear, me dice. Y yo estoy feliz por haber conseguido un empleo como por arte de magia.

Les contaré que al día siguiente espero a Enrique en la central camionera de Observatorio, al poniente de la ciudad, quien llega con otros dos batos contratados como yo. Ahí vamos los tres pendejos a bordo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR