El tesoro de los jesuitas (Primera parte)

AutorElisur Arteaga Nava

A principios del siglo XX, algunos años antes de la Revolución Maderista, don Chico -así se les dice a quienes se llaman Francisco- vivía en una pequeña ranchería llamada el Cacahuananche,(1) en el sur del estado de Morelos, relativamente cercana al río Amacuzac. Siendo adolescente, entre los 12 y los 13 años, llegaron a su ranchería unas personas; no recordaba sus nombres pero sí tenía presente que decían que eran jesuitas y que venían de España. Recorrieron la región durante dos meses en busca de una cueva que tenía en la entrada una carricera. Finalmente, al no tener éxito, se dieron por vencidos; antes de retirarse declararon qué era lo que buscaban y, además, hicieron un encargo.

Refirieron que en el interior de la cueva que buscaban se hallaba un tesoro perteneciente a los jesuitas. A raíz de que, en 1767, por orden del rey Carlos III, fueron expulsados de los territorios que formaban el imperio español, los que habían ocultado el tesoro fueron algunos de los pocos que, habiéndose enterado previamente de la orden de expulsión dictada en su contra, se escondieron en lugares apartados o que, habiendo sido apresados y encadenados, se pudieron dar a la fuga.

El tesoro, según lo manifestaron, se integraba de siete u ocho costales llenos de monedas de oro y plata que habían sido cargados en igual número de mulas, más un crucifijo de oro y piedras preciosas, de un poco más de un metro de altura. El encargo era simple: pedían a los lugareños buscar el sitio y para el caso de encontrarlo, se quedaran con el tesoro, como si se tratara de cosa propia; pedían únicamente que el crucifijo fuera entregado a la Orden, en su domicilio en la Ciudad de México. Dicho lo anterior desaparecieron.

Pasaron los años, vino la Revolución y todo lo que ello significó. El gobierno federal, con el fin de hacer frente al movimiento rebelde, que en el sur de la República tuvo como manifestación principal la de guerra de guerrillas, dispuso que quienes habitaban las pequeñas rancherías se concentraran en las grandes poblaciones del estado de Morelos; quienes no lo hicieran, por ese sólo hecho, se presumiría que eran guerrilleros. Se autorizaba a las autoridades militares a pasarlos por las armas, cubriendo el expediente de levantar un acta circunstanciada.

En acatamiento de esa orden, el papá de don Francisco trasladó a su familia a Buena Vista de Cuéllar, población ubicada en el norte del estado de Guerrero, a unos 30 kilómetros de la ranchería el Cacahuananche...

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