En la tarea de erigir fronteras-muros El caso de Estados Unidos

AutorFlorencia Addiechi
CargoEscritora independiente, México.
Páginas211-233

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Las migraciones como un problema

El siglo XX comenzó y culminó con migraciones masivas. Desde finales del siglo XIX y principios del XX más de 50 millones de europeos emigraron hacia América y Australia. Como válvula de escape de la presión demográfica, de las crisis agrícolas, de la desocupación urbana, de la depresión, y como correlato de un mercado mundial crecientemente integrado que estaba siendo favorecido por una revolución en los transportes, los europeos encontraron refugio en el Nuevo Mundo. Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil y Australia fueron los principales destinos, entre otras cosas, gracias a legislaciones permisivas que promovieron ese traslado extraordinario de personas. Los procesos migratorios eran considerados instrumentos para el desarrollo, mecanismos eficaces para reubicar poblaciones excedentes y descargar tensiones sociales, poblar territorios y abrir nuevos mercados; como un fenómeno que enriquecía a los países de destino, que los hacía más fuertes, más poderosos.

Terminando el siglo XX el fenómeno migratorio volvió a adquirir carácter masivo, aunque en una menor magnitud. La población mundial creció a lo largo del siglo XX a un ritmo extraordinario: de 1 600 millones a 6 100 millones de personas (casi se cuadruplicó); 80% de ese aumento tuvo lugar después de Page 212 1950.1 Por su parte, el volumen global de migrantes para el año 2000 se calculó en aproximadamente 150 millones (sólo tres veces más que a principios de siglo). Pero esta vez el origen y la orientación de los flujos es diferente y las migraciones se han convertido en un problema. Ahora son los pobres del mundo los que se trasladan a los países ricos en busca de bienestar; son las llamadas migraciones sur-norte, flujos originados sobre todo por las enormes y crecientes desigualdades entre los países.

Éste es el sello del resurgir migratorio de finales del siglo XX y lo que definirá las primeras décadas del XXI: las migraciones como un problema por resolver, como un fenómeno que ha perdido su condición constructiva y ha dejado de ser un motor beneficioso para las sociedades.2 Desde esa perspectiva, los migrantes se vuelven seres indeseables y fuente de innumerables problemas, y las fronteras, muros de contención eficaces que imponen y consolidan contrastes, que marcan los confines de la miseria de los otros y el espacio en que el poder se ejerce abiertamente, sin el ropaje del discurso humanitario.

El discurso globalizador sigue prometiendo que en el futuro todos seremos igualmente ricos y prósperos. Que el libre intercambio de bienes y servicios y el libre flujo de capitales a escala mundial tornará irrelevantes las fronteras nacionales; que las nuevas tecnologías en materia de comunicaciones, con su extraordinaria difusión de información, valores, símbolos e imágenes, harán de nosotros los miembros de una comunidad global, y que todos los países se integrarán, compartiendo por igual los beneficios de la industrialización y el desarrollo. Mientras ese futuro llega, algunos de sus voceros lamentan que la elevada movilidad de bienes, servicios y capitales venga acompañada por crecientes limitaciones al desplazamiento de la fuerza de trabajo. Es improcedente -afirman- que con la legítima prerrogativa de custodiar la soberanía territorial los gobiernos estén procediendo de esa manera. Resulta paradójico -continúan- que en un mundo más interconectado que nunca la movilidad de las personas se enfrente a barreras que la restringen; la producción mundial sería mayor -siguen diciendo- si no existiesen las fronteras y si todos los factores de producción, incluidas las personas, pudiesen fluir libremente.3 La alusión a la presencia de una paradoja pretende persuadirnos de la idea de que el fenómeno migratorio constituye una dimensión atrasada del proceso globalizador, una asignatura pendiente que tarde o temprano deberá ponerse a tono con el resto de los componentes para alcanzar la plena coherencia y sustentabilidad del modelo a largo plazo. Page 213

Sólo porque "el discurso globalista se ha instalado entre nosotros como una oferta de moda, eufórica y determinista, acrítica y superficialmente aceptada"4 se pueden decir esas mentiras. La igualación de los países no es un destino inevitable al que nos encamina el modelo; al contrario, son las diferencias entre los países (en los salarios, en la capacitación de la fuerza de trabajo, en la infraestructura, en las condiciones políticas, en las normatividades fiscales, en las regulaciones ambientales, etc.) las que hacen de la libre movilidad de bienes, servicios y capitales un buen negocio para los capitalistas.5 Son precisamente las ganancias que se obtienen de esas diferencias las que han impulsado la conformación de un mercado global.

La desaparición de las fronteras para los seres humanos no será ni siquiera una promesa incumplida, porque es lisa y llanamente un engaño. No existe la menor oportunidad de que las fronteras desaparezcan porque ellas constituyen un requisito indispensable para la generación de ganancias, porque hay que salvaguardar los espacios nacionales del privilegio y porque los cada vez más numerosos pobres de este mundo migran para no morir de hambre. Hay que proteger esos territorios de privilegio, hay que mantener estables las bases del orden global actual.6 Por eso los países ricos reforman sus leyes migratorias y restringen el ingreso de extranjeros a su territorio nacional, refuerzan el control policiaco de sus fronteras, reducen los derechos de los migrantes establecidos y limitan los derechos de asilo por razones políticas y humanitarias; por eso, la porción rica del planeta ha emprendido la tarea de levantar fronteras-muros que sirvan para mantener alejados a los pobres del planeta.

El problema de los migrantes latinoamericanos

Al igual que en el resto del mundo, en América Latina y el Caribe los movimientos migratorios han aumentado de modo significativo en las últimas décadas. Considerando únicamente los flujos en el interior de la región y hacia América del Norte contabilizados por los censos de población, resulta que el volumen de migrantes identificados creció de 1.5 millones en 1960 a 11 millones en 1990, 0.7% y 2.5% de la población total de la región, respectivamente. Pasada ya más de una década, se calcula que 1 de cada 13 de los 150 millones de migrantes internacionales que se estima existen en el mundo es latinoamericano o caribeño, unos 20 millones de personas. La mitad de ellos emigró a lo largo de los Page 214noventa y la mayoría lo hizo hacia Estados Unidos.7 Los datos del último censo en Estados Unidos confirman ese fenómeno: 28.4 millones de extranjeros viven en ese país, 10.4% de la población total, y más de la mitad son latinoamericanos y caribeños: 34.5% originarios de América Central y México, 9.9% del Caribe y 6.6% de América del Sur. Ellos y sus descendientes conforman la primera minoría étnica del país: 35.3 millones de personas constituyen la comunidad latina y representan 12.5% del total de la población estadounidense.8

Lo que estos datos muestran es que, con cada vez más frecuencia, los latinoamericanos optan por la migración internacional como estrategia de sobrevivencia y a Estados Unidos como principal destino. El número de pobres y pobres extremos en América Latina y el Caribe no deja de crecer y nada a la vista pare- ce indicar que eso pueda resolverse a corto o mediano plazos. A una herencia secular de carencias se le han sumado, primero, los estragos de una década perdida y, luego, los de una década que con un inicio de relativo crecimiento y estabilidad hizo promesas que nunca cumplió. Según los últimos datos, 227 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza,9 situación que a su vez se refuerza por una persistente desigualdad en la distribución del ingreso y por las características de precariedad que ha adquirido el mercado de trabajo en las últimas décadas.

Frente a esta catástrofe social, la legislación migratoria estadounidense ha ido asumiendo de manera consistente desde mediados de los años sesenta un perfil que, si bien incluye coyunturas de mayor flexibilidad, tiene como signo más distintivo el creciente endurecimiento del trato brindado a los inmigrantes, documentados o indocumentados.10 A su vez, la emergencia de una frontera-muro entre México y Estados Unidos se ha ido haciendo realidad a lo largo de la última década: nuevas y más altas paredes y alambradas, potentes reflectores, avionetas, helicópteros, vehículos todo terreno, cámaras de televisión, cámaras gigantes de rayos X, sensores láser y procesadores subterráneos de información, etc. La tecnología al servicio de una frontera que apela al nacionalismo y que Page 215 estigmatiza al extranjero, una frontera de más de 3 000 kilómetros que pretende sellarse, bloquearse, salvaguardarse.11

Estados Unidos custodia sus privilegios

Históricamente, Estados Unidos se ha beneficiado de la fuerza laboral migrante; la ha propiciado, regulado y administrado según sus cambiantes necesidades y, muy lejos de ser un lastre, los trabajadores migrantes han sido y son piezas clave en la edificación de su poderío económico.12 La economía estadounidense necesita la fuerza de trabajo inmigrante para ser competitiva, pero la precisa con una cualificación funcional con sus necesidades, en cierta cantidad y sin derechos ni recursos legales para defenderse. Esto es lo que guía y da sentido y contenido a la política migratoria estadounidense, a su legislación y a sus prácticas policiales. Su cada vez más claro carácter restrictivo no constituye ni un fenómeno nuevo, atribuible a la etapa abierta el 11 de septiembre de 2001, ni un caso aislado en el escenario mundial. Se trata más bien de la...

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