Una tarde de toros

AutorCarlos Landeros Gallegos

Pero otra es hoy la hora de domingo, son las cuatro y media de la tarde en la Ciudad de México, el sol brilla incandescente en el cielo. El coso repleto espera ansioso que los toreros y sus cuadrillas partan plaza... El pasodoble "Cielo andaluz" se escucha por lo alto. Un "¡Oleeeeé...!", largo y profundo, sale de las más de 45 mil gargantas que atiborran la Plaza México, considerada la más grande del mundo. Aficionados nacionales vienen a ver a José Tomás, el valiente y místico matador...

Suena el clarín y se abre la "puerta de los sustos" o chiqueros, de donde sale el toro encastado... El toro, desconcertado, da vueltas buscando escapar, en tanto el matador lo cita para medir su embestida y tratar de lucirse con el capote. En ocasiones lo logra con un quite o la verónica rematando con una hermosa media, o con ceñidas chi-cuelinas; estos dos, de los quites más populares.

Enseguida salen los picadores, los de a caballo, que lo azuzan con sus largas varas y le hunden en el lomo uno o más puyazos, según sea su fuerza, a fin de minarle poder. Destrozadas las articulaciones del lomo, la sangre le sale a borbotones. Después le clavan tres pares de banderillas, seis arpones, que lo hacen mugir de dolor, llegando en estado lastimoso al último tercio de la faena que anuncia la hora de "la verdad"... En raras ocasiones el matador...

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