La sutil libertad de estar encerrados

AutorFabrizio Mejía Madrid

Una tercera parte del planeta se ha desprendido del rendimiento, de sus funciones habituales dentro de las oficinas y escuelas, y de la angustia de hacerlo porque no sólo hay una justificación científica -evitar el contacto para reducir el contagio- sino una de orden moral: ayudar a los demás. Lo inhumano del ser humano próximo, demasiado próximo, es el virus en el interior de sus células. El humano lejano es ahora una obligación social porque es vulnerable. Si algo ha surgido en estos días de plaga es la idea de que el mercado no puede decidir quiénes viven y quiénes mueren. El capitalismo global encontró en el covid-19 uno de sus límites. No en todos lados. En los medios de comunicación seguimos leyendo a la Señora-Mis-Emplea-dos-Son-Ustedes, a la que no le importa qué personas o libertades se sacrifiquen a cambio de que ella se sienta segura. La hemos escuchado, una y otra vez, pedir el toque de queda -el virus de la dictadura-, que se quemen los cadáveres, que se publiquen los domicilios de quienes ya han fallecido, que se cierren los aeropuertos, las fronteras, los mercados públicos. Esa Señora vive su encierro como una injusticia que los demás, despreocupados paseantes, le infligen a su libertad. Pero un día se dará cuenta -espero- de que hay una libertad en el encierro y que se puede leer en la obra de Beckett: "Antes era prisionero de los demás. Por eso me alejé de ellos. Entonces, pasé a ser prisionero de mí mismo. Por eso me alejé de mí mismo".

En ese mismo año en que escribe su obra de teatro, Beckett se había recluido en el Hotel Liberia en París y escribió un poema sobre los recuerdos que vienen a la mente en el encierro:

De ese modo a pesar por el buen tiempo y por el malo encerrado en su casa y en la de otros como si fuera ayer acordarnos del mamut el dinoterio los primeros besos los periodos glaciares no traen nada nuevo el gran calor del año trece de su era humo sobre Lisboa Kant fríamente colgado soñar en generaciones de robles y olvidar al padre sus ojos si tenía bigote si era bueno de qué murió no por esto nos come sin menos apetito el mal tiempo y el peor encerrado en su casa y en la de otros.

Por supuesto Beckett leyó el famoso Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre, un recorrido de 42 días entre cuatro paredes y que el conde de la última década del siglo XVIII vendía así: "Para los pobres, los enfermos, los miedosos, perezosos y los hastiados del universo". Se entiende que su decisión se debe a que ha...

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