Sustento vs inundaciones. La paradoja del "efecto plátano"

AutorMichael Snyder

Con el machete a la altura del hombro Armando Luque Pedrero, de 46 años, meció su brazo y, con el swing armónico de un jugador de tenis, cortó el tronco medio muerto de un árbol de plátano. La parte superior resbaló hacia el suelo, todavía húmeda por la lluvia del día anterior, algo inusual para ser febrero. Las hojas amarillo pálido crujieron. Del tronco brotó agua a borbotones, almacenada ahí desde el pasado noviembre, cuando las lluvias torrenciales cayeron durante siete días con sus noches, anegando esta plantación de plátanos de 50 hectáreas a las afueras del pueblo de Teapa, al sur de Tabasco. El centro del tronco, la parte fibrosa responsable de conducir los nutrientes, estaba podrido. Era una de las cerca de 29 mil plantas que Luque perdió por culpa de las peores inundaciones que recuerda en la zona.

Antes de las lluvias torrenciales de octubre y noviembre de 2020, las últimas grandes inundaciones en Tabasco habían ocurrido en 2007. Ese diluvio afectó sobre todo a la capital, Villahermosa, y a los pueblos agrícolas de alrededor. En sólo cinco días cayó en el estado casi la mitad de agua que su media anual. La presa Las Peñitas, uno de los varios proyectos hidroeléctricos de la región, llegó a expulsar 2 mil metros cúbicos por segundo de agua, lo suficiente para anegar el Estadio Azteca en apenas 15 minutos.

Las consecuencias fueron catastróficas: tres cuartas partes de los tabasqueños resultaron damnificadas, hubo 123 mil casas afectadas, 127 hospitales con daños graves y 3 mil 400 escuelas quedaron inutilizables.

Tabasco sufre inundaciones importantes casi cada década, pero Teapa, situada al pie de las montañas que separan Tabasco del vecino estado de Chiapas, se había librado de este ciclo histórico que se torna cada vez más destructivo y frecuente. El municipio es el más lluvioso del estado y está entre los más húmedos del país, pero, aunque los ríos que lo cruzan también se desbordan, el agua que se acumula en las tierras bajas del delta suele fluir rápidamente sobre un terreno apenas inclinado. Las inundaciones de 2020, sin embargo, fueron diferentes.

A principios de octubre de ese año un frente frío ya había dejado lluvias fuertes y pequeñas inundaciones en la frontera con Chiapas. Tres semanas después otro frente, más poderoso, acabó por rebasar la capacidad de algunas presas hidroeléctricas, lo cual anegó las tierras entre Teapa y la costa. Esa ocasión, cuando los ríos Teapa y Pichucalco se desbordaron, el agua no tenía a dónde ir. A las dos de la mañana del 3 de noviembre, los cuatro hombres que vigilaban en las noches la propiedad de Luque —don Rosalino, don Polo y sus respectivos hijos—le avisaron a su jefe que el nivel del río estaba creciendo. Una hora después, los empleados ya habían subido con sus pertenencias al segundo piso de una modesta construcción de concreto.

Las siguientes horas pasaron entre el miedo a que los saqueadores aprovecharan el caos de la lluvia, la imposibilidad de frenar el agua y la necesidad de ropa y comida. Al tercer día, cuando la zona se quedó sin señal de celular, los cuidadores abandonaron el platanal para resguardarse en un lugar más alto, donde buscaron empleo en la ganadería.

Don Polo y su hijo no regresarían a trabajar para Luque. Cuando la lluvia amainó, casi un tercio del platanal había quedado inservible.

La ganadería y las extensiones de monocultivos, las mismas actividades que permiten sobrevivir a personas como don Polo o don Rosalino, son, junto con el desarrollo urbano, las mismas que han provocado durante décadas una gran deforestación en Tabasco. Y esto a su vez es una de las causas de las inundaciones, pues ha arrasado con la barrera natural que las contenía.

En 2020 la erosión histórica proveniente de las tierras altas ganaderas ya había bloqueado los desagües naturales de los ríos del estado —los más caudalosos de México—, lo que dejó sin salida al agua de lluvia que caía en esos días.

El gobierno del estado, además, decidió manejar las presas para proteger la capital, lo que desembocó en que algunas partes rurales sufrieran todavía más las consecuencias de las lluvias. "Desde luego, se perjudicó a la gente de Nacajuca, son los chontales, los más pobres —reconoció entonces el presidente, Andrés Manuel López Obrador—. Tuvimos que optar entre inconvenientes."

Las 7 mil 400 hectáreas de plátano en Teapa, una superficie casi del tamaño de las alcaldías Miguel Hidalgo y Cuauhtémoc en la...

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