La superioridad social del modelo renano

AutorMichel Albert
Páginas99-115

    Con su libro Capitalisme contre Capitalísme (publicado en París por Editions du Seuil en septiembre de 1991 y traducido al español en 1993 por Editorial Paidós, Buenos Aires), Michel Albert, ex presidente de Seguros Generales de Francia, promueve un importante debate de confrontación entre el modelo de economía social de mercado ("renano") y el monetaristay de mercado puro y duro ("neoamericano" o "reaganiano"). En su libro de más de 300 páginas Albert busca demostrar la mayor eficacia del modelo "renano", que valora los logros colectivos, el consenso y las perspectivas de largo plazo, en contraposición a la lógica inmediatista del modelo conservador neoliberal, fundado en los logros individuales y las ganancias financieras de corto plazo. El capítulo que presentamos a continuación plantea una problemática de especial interés para este número, acercándonos, además, a los debates europeos sobre el tema. (Nota del Editor).

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La expresión, de entrada, es ambigua. No se puede hablar de "superioridad social" de la misma manera como lo hacemos de "superioridad económica". Y eso por una sencilla razón: en este caso, la mayoría de los criterios no son cuantificables. Los rendimientos sociales de un modelo económico no se evalúan —o no solamente—en términos de curvas, de estadísticas, de índices y de porcentajes. Todo juicio sobre las ventajas sociales de tal o cual país implica un elevado coeficiente de subjetividad El tipo dePage 100 sociedad de referencia, los valores compartidos por la población, la organización social (o familiar) misma, todo ello introduce distorsiones bien conocidas por los economistas. Avancemos en este terreno, pues, con prudencia...

¿Cómo se podría, a pesar de todo, definir algunos criterios significativos de comparación? Propongo tres que comparten el mérito de la sencillez y de la claridad.

  1. El grado de seguridad ofrecido por cada modelo a sus ciudadanos. La manera en que éstos se encuentran protegidos ante riesgos mayores; enfermedad, desempleo, desequilibrios familiares, etc.

  2. La reducción de las desigualdades sociales, y la manera en que se corrigen las exclusiones más marginales. El volumen y la forma de la ayuda ofrecida a los más desvalidos.

  3. La apertura, es decir, la mayor o menor facilidad individual para escalar los diferentes peldaños socio-económicos.

De entrada, se impone una evidencia: en los dos primeros terrenos, el modelo renano supera muy claramente al modelo neoamericano. Digo bien, neoamericano, y no anglosajón. En efecto, en materia social Gran Bretaña se distingue de Estados Unidos. Y nos quedamos cortos diciendo que se distingue. Al disponer, desde hace mucho tiempo, de un sistema de seguridad social desconocido en Estados Unidos, se opone rotundamente a Estados Unidos en este terreno.

Hecha esta salvedad, veremos que la comparación entre los dos modelos conserva todo su sentido. Lo conserva todavía más en cuanto la superioridad social del modelo renano no va acompañada, como se cree muy a menudo, por un sobregasto que pesaría sobre la competitividad económica. Es cierto, la justicia social tiene un precio, y éste debe ser financiado con recursos públicos. Pero se equivocan los que piensan que esos gastos no pueden ser efectuados más que en detrimento de la economía. Veremos, al contrario, que competitividad puede rimar con solidaridad

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Una salud que no tiene precio

Veamos dos anécdotas que hablan por sí solas. La primera es recogida por el periodista Jean-Paul Dubois (Le Nouvel Observateur). Ocurre un domingo en el Dade Medical Center de Miami (Florida). Un hombre está gravemente enfermo desde hace tres días. Sufre. Tiene fiebre. Como es domingo y todos los consultorios médicos están cerrados, se dirige al hospital en Lejeune Boulevard. Allá le envían a Urgencias, donde una recepcionista le pregunta su nombre y le pide... 200 dólares por adelantado. "Es un aval, un depósito de garantía —le dice—. Si el médico no lo hospitaliza, sólo deberá pagar la consulta y se le devolverá la diferencia". El explica que no lleva esa cantidad encima. Ella responde que lo siente mucho, pero que deberá probar en otro sitio.

Segunda anécdota. En una pequeña ciudad de la Costa Este, un empleado de una empresa local, que sufre un dolor de muelas, se pregunta si irá al dentista. Si va, deberá hacerse extraer necesariamente la muela enferma. ¿Por qué? ¿Los dentistas norteamericanos son incapaces de prodigar remedios menos expeditivos? No, claro, pero nuestro hombre no tiene seguro privado, y el coste de otro tipo de intervención es demasiado elevado para su presupuesto. Entonces no tiene otra alternativa: perder su muela o sufrir.

Estos dos ejemplos no tienen nada de extraordinario. Se relacionan con lo que decíamos acerca del "dualismo" de la sociedad estadunidense (véase capítulo 2). Pero también muestran la ausencia de un sistema generalizado de protección social en Estados Unidos. Allí los gastos públicos de salud son, en proporción, la mitad de los de los grandes países occidentales. No existe, en Estados Unidos, un seguro obligatorio de enfermedad. Cada norteamericano debe suscribir, según sus recursos, un seguro privado, y se calcula en 35 millones el número de habitantes que no gozan de ningún seguro de ese tipo.

Los salarios de desempleo son prácticamente desconocidos, al menos a escala nacional, mientras que la duración media de los preavisos de despido en las PME es de dos días. En cuanto a las asignaciones o subsidios familiares, no existen. Los únicos programas sociales de envergadura son los que fueron establecidos por las administraciones Kennedy y Johnson, en los años 60. Están básicamente destinados a las personas de edad (MEDICARE) y a las personas que viven por debajo del umbral de la pobreza (MEDICAID). Pero una fracción importante de la población no se beneficia de esta protección.

El sistema social del modelo neoamericano es, por lo tanto, claramente insuficiente e incompleto. Además, se resiente gravemente de dos inconvenientes muy conocidos.

  1. El delirio judicial que se ha apoderado de los norteamericanos alcanzó de lleno a laPage 102 medicina (véase capítulo 2). A diario, la prensa señala las multas colosales a las que son condenados médicos, anestesistas o dentistas, contra los que se querellaron pacientes presionados por abogados "cazadores de indemnizaciones". En efecto, se ha vuelto corriente en Estados Unidos consultar a un abogado antes de ir al médico o al hospital. A la inversa, a menudo la primera persona que se encuentra en las instituciones es el abogado de los médicos o del hospital. La menor atención médica adquiere así el aspecto de una guerrilla jurídica, cuyos resultados no son nada divertidos. En efecto, médicos y clínicas deben asegurarse contra las eventuales querellas de sus clientes (cuando encuentran compañías que los aceptan), y dedican presupuestos importantes al pago de sus abogados. Todos estos gastos, por supuesto, repercuten sobre las tarifas de atención médica, que se vuelve prohibitiva.

  2. Al revés de lo que parece, este sistema privado de protección social no es más económico que el de sus equivalentes europeos, administrados por la colectividad. Al contrario. Es en Estados Unidos donde los gastos de salud (11 % del PIB) son los más altos del mundo. Y paradójicamente, entre los países de la OCDE, es en Gran Bretaña, país de protección social universal y gratuita, donde esos gastos son los más bajos: menos del 7% del PIB.

Los paraguas renanos

Los seguros sociales fueron creados en Alemania por Bismarck. Es lord Beveridge, su discípulo más célebre en este aspecto, quien introdujo el famoso Sistema Nacional de Salud (National Health System) en Gran Bretaña. En Francia se empezó a aplicar en 1946 un principio análogo de protección social generalizada, y hoy el 99.9% de la población está protegida por el sistema de seguridad social. De la misma manera, en países como Suecia, Alemania, Suiza o Japón, sólo una pequeña fracción de la población no goza de la protección social.

Los alemanes están resguardados muy ampliamente contra los principales riesgos (enfermedad, accidentes de trabajo, desempleo) y gozan de un régimen básico de jubilación muy ventajoso. Suecia, patria de la social democracia, está en el mismo caso. Los ciudadanos están tan bien protegidos como en Alemania, y los desocupados cuentan con sistemas eficaces, que incluyen programas de formación y de reinserción. En cuanto a Japón, cuenta con una seguridad social que es una de las más generosas del mundo: la gratuidad de las atenciones médicas es allí total y generalizada.

Hasta 1985, los gastos de salud en Alemania continuaban aumentando mucho másPage 103 rápidamente que el PlB, y el equilibrio del seguro de enfermedad se encontraba amenazado. Los factores básicos de ese problema son los mismos que en otras partes: envejecimiento de la población, progresos tecnológicos acompañados por el desarrollo de nuevos equipos muy costosos (tomógrafos, ecógrafos, equipos de liptotricia...), aumento global de la demanda de atención médica y del consumo de medicamentos, ambos naturalmente estimulados por la gratuidad de las atenciones médicas. A pesar de eso, ningún país renano ha permitido que los gastos de salud superaran el 9% del PIB. Es más, desde 1985 Alemania ha logrado controlarlos de manera ejemplar.

Sobre este problema, tan fundamental, de la calidad de las atenciones médicas y de la cuantía de los gastos de salud, hay que retener las tres cifras ya citadas: Gran Bretaña, 7% del PIB; Alemania, 9% del PIB; Estados Unidos, 11% del PIB, y tomar conciencia de la extraordinaria paradoja que suponen. En efecto, de los...

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