Sones de cripta

AutorSamuel Máynez Champion

Luces fluorescentes descubrían la sordidez del sitio. Junto a ductos de aire y tubos de desagüe las paredes exhibían espeluznantes graffitis. En armarios abiertos se entreveía basura de todo tipo, turbando mi atención un altero de huesos de apariencia humana. Con su agitado caminar, “AF” me obligaba a seguirlo sin atender mi malestar ni las viscosidades que pisaba. Al final del conducto noté una fila erguida de colchones que me produjo vascas por las manchas multicolores que los recubrían, siendo particularmente notorias las huellas de sangre. Ante eso fue imposible quedarme callado:

–¿A dónde diablos me traes?

Sediciosa, la respuesta me sumió aún más en la incertidumbre:

–No te preocupes, ya verás lo bien que vas a pasártela… –dijo “AF” escrutándome con malicia. Sin embargo, la pregunta me la hacía a mí mismo, sintiéndome cretino por haberle hecho caso al sonsacador Virgilio, a quien me unía una amistad endeble. Acaso había de su parte para mí un agradecimiento forzado. Yo era su maestro, no obstante nuestra cercanía de edad, en los cursos que el Spanish Department de la Universidad de Yale impartía a los alumnos del College.

¿Qué hacía yo allí con el rostro retorcido por el hedor que volvía irrespirable el aire? ¿Por qué tenía que exponer mis oídos al volumen demencial de la pseudomúsica que nos aguardaba al trasponer la última puerta? ¿De veras iba a ser motivo de privilegio asistir a un convite reservado para un grupúsculo de elegidos?… En un tris reconocí que mi curiosidad había rebasado el límite de mis inculcadas prohibiciones. “AF” era un freshman proveniente de una de las familias más ricas de Nueva York, mientras que yo dependía de una beca completa para poder sufragar mis estudios en la afamada Yale School of Music. Observábamos el mundo a través de prismas contrapuestos; irreconciliable nuestra manera de divertirnos. Al tiempo de mis ayunos cuando cerraba el comedor universitario, “AF” navegaba en el yate de familia o se iba a esquiar en destinos turísticos para multimillonarios. Empero, nos mirábamos con una simpatía que delataba el interés por conocer los enigmas del otro.

Ahondando en nuestras divergencias resaltaba el hecho de que en el verbo desear radicaba su problemática. Al parecer, “AF” lo había tenido todo y, quizá por eso, no sabía qué más esperar de la existencia. En cambio, yo degustaba mi estancia en el soberbio centro universitario a sabiendas de su fugacidad y, por qué no decirlo, de su desproporcionada bonanza...

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