Los solos del miserable (I)

AutorSamuel Máynez Champion

Para mi sorpresa, una vez que le expliqué el motivo de mi llamada, me dio cita de inmediato. El lugar sería el café anexo a la SOGEM (Sociedad General de Escritores de México), ubicado en la colonia San José Insurgentes, del D. F. Nadie hubiera podido predecirme la magnitud de la deuda que estaba a punto de contraer, ni la trascendencia que adquiriría el acercamiento a su persona. Tampoco habría podido adivinar lo grata y educativa que podría resultar una charla con él.

Antes de acudir al encuentro releí su obra de teatro La noche de Hernán Cortés para tenerla fresca al momento de la plática. De hecho, el valeroso tratamiento que había plasmado del conquistador-lo había retratado con toda su cauda de ambivalencias sin ahorrarse sus facetas de individuo soez, lascivo y delirante- me había incitado a buscarlo con miras a un intercambio de ideas donde, pensaba yo, podrían derivarse sugerencias para mejorar los diálogos de los personajes históricos del libreto operístico que me desvelaba. Hurgué también en lo que había quedado de la biblioteca paterna en busca de otros libros de su autoría para leer los que alcanzara, a manera de cátedra indirecta sobre el arte dramático. Para mi regocijo hallé más de una decena de volúmenes, casi todos dedicados, por su puño y letra, a mi padre. Por azar, el primero que tomé fue el ejemplar de La mudanza, editado por Joaquín Mortizen 1980.

Lo leí de un tirón, quedando francamente abatido por la desesperanza que impone la obra leñeriana. Una pareja clasemediera se cambia de casa, y conforme se desarrolla la mudanza, salen a flote sus desavenencias y resentimientos. De pronto, de un baúl recién traído emerge un grupo de desarrapados que, al final, asesina a la pareja. La metáfora futurista me pareció nítida, pero me llamó la atención que, dentro de las acotaciones teatrales, se requiriera la presencia de un violinista anciano y que su actuación fuera precedida por una frase críptica que decía: "Nada sabe su violín y todos los sones toca..." En fin, había material desobra para un sabroso interrogatorio.

El día de la cita me acicalé, amén de asegurarme de llevar conmigo la obra sobre Cortés que quería que me autografiara, el texto que pretendía someter a su escrutinio, un disc-man portátil con una maqueta sonora de mi proyecto y algún presente. Elegí un disco compacto con algunos estrenos que realicé junto a mis alumnos del Conservatorio y algunos colegas solidarios. Pensé que iba a agradarle y, con extrañeza, me...

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