Todo lo sólido se nos desvanece en el aire

AutorEdgar Octavio Valadez Blanco

Si el capitalismo neoliberal dicta lo que es y no es, entonces los jóvenes no existimos. Sólo hay una potencia derrumbada, explotada y dirigida por un orden dado.

Si tenemos suerte (recordemos que hay niños que asaltan en las calles del Distrito Federal), despertamos del sueño de la infancia para reconocernos anónimos y abstractos. Alejados del lecho materno, las puertas del mundo se abren para mostrarnos la desesperanza hecha rutina y cotidianidad. El paso intermedio entre la infancia y la madurez ha sido sustituido por el brinco abrupto hacia el trabajo enajenado y la agonía moderna.

Nos convertimos en trabajadores o desempleados demasiado rápido para pensar en el sentido del mundo. Es difícil pensar en la política o en cualquier otra cuestión general después de ocho horas de trabajo mal pagado y de dos horas de estresante transporte. Somos fuerza laboral antes que jóvenes, y en eso nos parecemos a millones de no-jóvenes que también luchan por sobrevivir.

¿Qué es la juventud? Si alguien puede decirme qué tienen en común el porro que golpea y asesina, con el estudiante golpeado o asesinado, qué tienen en común el hijo de Marta Sahagún y aquél que ha de limpiar los baños de sus avaricias, que me lo diga.

Yo no sé lo que significa ser joven, pero me importa mucho más entender qué significa ser humano desde este fondo político-social en que me encuentro. Si eso es ser joven, entonces somos eso, una búsqueda que no encuentra, una pregunta que es reclamo, que es grito, lucha y desesperación, algún punto álgido de una sed de infinito que ha gestado la historia de los pueblos oprimidos.

Ya no hablo entonces de los jóvenes, sino de una humanidad sin edad que conozco y que busca hacerse presente, un pueblo quizás, un mito, tal vez. Un "yo" que se vuelve un "nosotros", pero pendiente, en espera de hacerse real, en espera de hacerse política.

II

Nadie habla más de los jóvenes que aquellos que nos ignoran más. Nos despertamos de la infancia para descubrimos atados de manos y boca, como en la caverna de Platón, donde siempre hay otros que ponen las imágenes, las ideas y las formas; donde siempre hay otros que hablan por nosotros.

Y así sucede con la política. Los políticos, periodistas y filósofos del mundo viejo hablan en representación de representados que nunca podrán hacerse presentes. Los puentes que pudieran comunicar la potencia creadora del pueblo con las instituciones y mediaciones sociales han sido inservibles e hipócritas desde mucho antes...

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