Cuando Siqueiros atacó por error "La Nueva Era"

Todavía con el fuego de la manifestación y del castigo implacable a la "nueva era", llegué a mi casa. Mi padre y mi hermana Luz estaban en la mesa, cenando. Desde la puerta, levantando la cabeza lo más alto que pude, con enorme orgullo, les dije: "¿A que no saben de dónde vengo?". "¡De dónde!", preguntó mi hermana Luz, con cierta voz que me pareció ya sospechosa. Entonces, dando un paso adelante, dije: "De incendiar la nueva era". Mi hermana Luz pegó un grito espantoso, se me quedó viendo, se le llenaron los ojos de lágrimas y levantándose se lanzó hacia mí, a la vez que gritaba: "Estúpido... animal.. . idiota...! La Nueva Era es el periódico del señor Madero, y cogiendo vasos y todo lo que encontró me lo arrojó, en una actitud implacable.

Yo, su hermano Pepe, el mejor prosélito de su maderismo, había incendiado La Nueva Era, el periódico de Sánchez Azcona, y prácticamente el único periódico que había defendido al señor Madero contra la jauría reaccionaria durante todos los años que tuvo la oportunidad de aplicar en México la mejor democracia que el país ha conocido. Me salí de la casa, estuve largas horas en la calle sin sospechar todavía la magnitud de mi gran equivocación política, mi primer gran error.

Muy temprano entró mi hermana Luz corriendo a la casa: "Las tres tropas federales -me gritó- se han sublevado contra el señor Madero y dicen que ese coheterío que se oye es de balazos, porque ya están combatiendo". Después, con un aire de diosa heroína, me dijo: "Pepe, coge tu bicicleta y ve a cumplir con tu deber". A mí me habían comprado una bicicleta exactamente el día anterior, con lo que quiero decir que apenas si la habría usado algunas horas y me disponía a usarla por segunda ocasión aquella mañana.

Sin decirle una palabra a mi padre ni a nadie en la casa, poseído del mismo fuego político de mi hermana Luz, salí corriendo hacia el centro de la ciudad, que es de donde provenían las descargas. Al llegar frente a lo que hoy es el hotel Regis vi venir un grupo pequeño de gente del pueblo y de cadetes del Colegio Militar y en medio de aquel pequeño grupo que avanzaba, vi al presidente Madero que montado sobre su caballo tordillo, de muy poca alzada, por cierto, enarbolaba una bandera mexicana. No traía sombrero. Recuerdo que la pequenez, la insignificancia de aquel grupo era verdaderamente impresionante. Los poquísimos cadetes, basándome solamente en el recuerdo, creo asegurar que no eran más de diez. Y posiblemente en el conjunto de...

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