Un siglo y medio de Conservatorio (Penúltima parte)

AutorSamuel Máynez Champion

En enero de 1907 Castro puso manos a la obra con el vigor típico de los triunfadores y, once meses después, cayó fulminado por agotamiento físico. Tenía sólo 43 años de edad. Es justo incluirlo en la lista de los mártires que ofrendaron la vida a la causa conservatoriana.

Por otra de las sinrazones que nos caracterizan, el edificio universitario que amparó los destinos del conservatorio durante cuatro decenios se derribó,(1) y una vez más hubo de emprenderse el éxodo en espera de una nueva sede. La mudanza había de ser temporal y se tuvo como promesa el usufructo de algún inmueble capaz de albergar a tamaña institución; sin embargo, la temporalidad duró seis años (1908-1914), y el usufructo agravó las incomodidades. El infeliz edificio -situado en Puente de Alvarado 43(2) no sólo era tan inadecuado como el anterior sino que, además, era insuficiente. Se cancelaron clases. Se apilaron libros. Se apiñaron pianos mientras afuera, en las calles aledañas, el fragor de la Revolución se ponía en marcha, compitiendo con las desafinaciones de las trompetas y los baquetazos de los timbales. Ante tal panorama, la enseñanza conservatoriana entró en un limbo cuajado de incertidumbres.

Así pues, con el deceso de Castro, tocó el turno en la dirección a Gustavo E. Campa, quien se enfiló inteligentemente por la ruta ya establecida; en otras palabras, también fue comisionado por Porfirio Díaz para viajar a París(3) en aras de empaparse del funcionamiento de su Conserva-toire y también, como lo hiciera su predecesor Bablot, se encargó de la compra de mejores instrumentos musicales y de una revisión del plan de estudios. Asimismo, Campa se empeñó en fortalecer las actividades académicas, iniciando un plan de concursos internos que imitaba el sistema francés de premiar a sus alumnos más destacados y sentó las bases para que se iniciara formalmente el estudio de la historia de nuestra música. En retrospectiva, podría decirse que la suya fue también una de las administraciones más fructíferas del historial conservatoriano.

No está por demás asentar que al momento de la demolición del referido edificio universitario, se destruyó igualmente el Teatro del Conservatorio que se había levantado con tantos sacrificios. Por ende, al carecer la sede provisional de un espacio adecuado para la presentación de conciertos, el gobierno se vio forzado a rentar el Teatro Arbeu las veces que fuera necesario, es decir, un día sí y el siguiente también.

Instalado en el poder...

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