El salvador de los muertos

AutorTomás Andréu

SAN SALVADOR.- Un día pidió ayuda a través de una red social. Faltaba poco para la medianoche. Tenía tantos muertos sin identificar que no sabía qué hacer con ellos. El Salvador es una tumba clandestina a donde van a parar las víctimas de la violencia. Las pandillas perpetran la gran mayoría de estos asesinatos. Pero un hombre se ocupa de estos escenarios y rescata de las entrañas de la tierra y de la impunidad los cadáveres que han terminado en el olvido.

Israel Ticas es el forense de lujo de la Fiscalía General de la República de El Salvador. Se ha preparado en Centroamérica, México, África y España. No tiene sustituto ni discípulo. Es único en su especie. De baja estatura, tiene rasgos indígenas muy marcados y siempre está requemado por el sol. Su trabajo se convierte en una meticulosa obra de arte, pero también delata a un país que devora todos los días a sus ciudadanos. En El Salvador, de verdad, la vida no vale nada. Es difícil que el mundo entienda cómo una superficie tan pequeña -21 mil kilómetros cuadrados- produce tantos cadáveres. La inseguridad y la muerte son un negocio en esta nación. Restaurantes, farmacias, burdeles, hoteles, hospitales, zonas residenciales de clase media... Todos estos lugares cuentan con seguridad privada. Una funeraria en un país como El Salvador no conoce la bancarrota.

Hace años Ticas le dijo al reportero que él hablaba con los muertos. El periodista le dijo que, más bien, era un abogado, el abogado de las víctimas mortales de la violencia en El Salvador. Se quedó callado. La idea le gustó.

El Salvador vivió una guerra interna por más de una década. Los ciudadanos que tuvieron suerte lograron huir hacia Estados Unidos. Tras la firma de la paz en 1992 entre la insurgencia y el gobierno, la Unión Americana hizo deportaciones. Pero esa gente, que en aquel país había vivido en barrios depauperados y violentos, regresó con el ADN de las pandillas. Y lo clonó y clonó en su nación de origen. Ni los gobiernos de derecha ni la sociedad se imaginaban que una bomba social estaba creciendo. Cuando explotó fue demasiado tarde.

El pozo de sangre en el que se ahoga El Salvador ha sido cavado por las pandillas Mará Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18. La inseguridad que vive el país la sienten los mismos cuerpos de seguridad, pese a que en 2015 los vándalos fueron declarados terroristas por la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Los ciudadanos también son objetivos de pandillas: para morir basta que alguien que viva en un territorio se pase a otro donde domina la pandilla contraria. De esta tormenta de sangre no se salva ni el presidente del país, Salvador Sánchez Cerén. Los mareros le asesinaron a dos guardaespaldas.

Todos deben pedirle permiso a las pandillas para entrar en sus territorios: políticos, religiosos, vendedores, distribuidores de agua, refrescos, golosinas. Incluso los periodistas que deseen tomar una fotografía. Los números más conservadores calculan que en El Salvador hay unos 60 mil vándalos en las calles. Dentro de la cárcel están otros 13 mil. A estas cifras hay...

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