Ríos Montt, alcanzado por la historia

AutorLouisa Reynolds

DOS ERRES, PETÉN/GUATEMALA, GUATEMALA.- En 1979 Juan Pablo Arévalo excavó un pozo en su parcela sin saber que estaba cavando su tumba.

Quince años más tarde un equipo de antropólogos forenses argentinos extraería de ese pozo las osamentas de 162 habitantes del pueblo de Dos Erres, entre ellas las de Juan Pablo y dos de sus hijos. Otros 39 cadáveres serían hallados a flor de tierra en La Aguada y Los Salazares, para llegara un total de 201 víctimas.

Ahora su hijo Saúl, de 54 años, señala con el índice el lugar donde estaba el "pozo Arévalo" donde su padre, para desilusión de los vecinos, nunca halló agua.

El poblado de Dos Erres, en Las Cruces, Peten, donde ocurrió una de las matanzas más atroces de la guerra civil, es actualmente una llanura inmensa bordeada con alambre de púas, donde pasta apaciblemente un hato de reses. Han desaparecido las enormes milpas, los campos de frijol, de pina y de cacahuate y donde antes comenzaba la vereda para ingresar al pueblo hay un portón metálico despintado con las palabras "Finca Los Conacastes. Propiedad privada".

El pozo donde quedó sepultado Juan Pablo Arévalo junto con sus familiares, vecinos y amigos, ya no existe. En su lugar hay dos crucecitas blancas, colocadas discretamente para no atraer la mirada de la familia Mendoza, ahora dueña del lugar.

La discreción no es gratuita: según el estudio Organizaciones del narcotráfico en América Central: transportistas, cárteles mexicanos y maras, elaborado por el Centro Woodrow Wilson y el Instituto de Temas Transfronterizos de la Universidad de San Diego, California, los Mendoza constituyen uno de los más importantes clanes familiares de Guatemala que se dedican al narcotráfico.

Pero ni los cambios que ha sufrido el lugar ni el paso de los años han logrado desdibujar el mapa mental que Saúl conserva del poblado y señala con precisión dónde se encontraban las dos iglesias, una católica y otra evangélica, la escuela, su casa y las de sus vecinos.

Días después de la matanza Saúl Arévalo ingresó al pueblo junto con otras personas que buscaban desesperadamente a sus familiares y encontró a Federico Aquino Ruano -el patriarca de la tierra prometida que él y sus paisanos creyeron haber encontrado en Dos Erres cuando migraron de sus pueblos de la costa sur- colgando de un árbol, con el rostro cubierto por una nube de moscas. A unos metros encontró las botas de su padre. Las recogió y se las llevó.

Cuando llegó al pozo vio que lo habían llenado de tierra y que en la...

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