Alfonso Reyes y López Velarde: testigos silenciosos

Ocurrida hace cien años, su reverberación aún está lejos de agotarse. La Decena Trágica es un acontecimiento fascinante sobre el que se ha escrito mucho, y se escribirá mucho más aún.(1)

Pese a la considerable cantidad de investigaciones y estudios, al elevado número de registros fotográficos de los hechos, a la abundancia de elementos aportados por testigos y actores (artículos periodísticos, memorias, diarios, cartas y otros textos de carácter autobiográfico), que en conjunto permiten saber de manera casi pormenorizada por qué motivos y en qué circunstancias se fraguó el cuartelazo, cuáles fueron sus instigadores, cómo se desarrolló, y quiénes y en qué momento participaron de manera activa en él, se tiene siempre la sensación de que la información disponible todavía no es suficiente, que el rompecabezas, pese a la abundancia de piezas, estará siempre incompleto.

Quizás porque, aunque Rodolfo Reyes se afanó por contar su versión de los hechos(2) tratando de justificarse, nunca contaremos, para compensarlo, con el testimonio de su hermano Alfonso.

Lo mismo hizo otro de los acérrimos opositores de Madero: el diputado Querido Moheno Tabares, abierto instigador, desde la prensa, del levantamiento armado. No tuvo empacho para publicar, en 1939, bajo el sello de Ediciones Botas, Mi actuación política después de \a Decena Trágica. En cambio, sólo podemos conjeturar qué habrá pensado acerca de los crueles acontecimientos el maderista Ramón López Velarde, cuyas habituales colaboraciones de corte político en la página editorial del diario La Nación cesaron abruptamente después del 7 de febrero de 1913.

El impresionante silencio de Alfonso Reyes con relación a lo ocurrido en aquellos infaustos días obedece, como él mismo lo dice en su Oración del 9 de febrero, a la dificultad de "bajar a la zona más temblorosa de nuestros pudores y respetos".

No es que a Reyes le costara trabajo ver. Tenía bastante claro lo que había sucedido con relación a la sublevación y al papel que el general Bernardo Reyes había tenido en ella. Era el inagotable dolor que la muerte de su padre le producía, y las profundas diferencias con Rodolfo, el hermano mayor, lo que siempre le orilló a callar.

Aparte de esa honda y concentrada evocación y apología de su padre, parecería haber evitado en su obra, en su diario y aun en su correspondencia todo signo relativo a esa tragedia, ocurrida "en medio de circunstancias singularmente patéticas y sangrientas, que no sólo interesaban a...

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