El retorno de lo político: Daniel Sada y la violencia de Estado

AutorOswaldo Zavala

En una camioneta los trajeron -en masa, al descubierto- y todos balaceados como era de esperarse. Bajo el solazo cruel miradas sorprendidas, pues no era para menos ver así nada más paseando por el pueblo tanta carne apilada, ¿de personas locales? Eso estaba por verse."

Nunca como antes resulta tan actual el arranque de Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe, la obra maestra de Daniel Sada (1953-2011): la estremecedora imagen de una camioneta que reparte los cadáveres de víctimas de una represión oficial adquiere una pertinencia cruel en estos días de crisis política en México. Propongo en lo que sigue recorrer algunos aspectos de la obra de Sada como vehículo de reflexión de la emergencia nacional detonada por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero. Como espacio privilegiado de significación, una de las posibilidades de la literatura reciente es -o debería ser-abordar críticamente el proceso histórico que enmarca nuestro presente. Me interesa ante todo señalar cómo al proponerse objetivos políticos específicos, la narrativa de ficción puede generar oportunidades productivas de disenso intelectual. Ese disenso se articula en formas de resistencia explícita que desde lo simbólico desestabilizan la perniciosa hegemonía de los discursos oficiales. En medio de un panorama literario dominado por obras comerciales despolitizadas, frívolas e irrelevantes, volver a pensar políticamente desde la literatura puede resultar una operación crucial para hacer visible la violencia de Estado y desafiar, como en el caso de Ayotzinapa, la más brutal dimensión criminal del poder oficial.

Ante los más de 100 mil asesinatos y 30 mil desparecidos que arrojó la supuesta "guerra" contra las drogas del presidente Felipe Calderón, la narrativa mexicana no ha estado a la altura de la catástrofe política que se esconde en aquello que con exceso de soltura nombramos "narco". Autores como Élmer Mendoza, Juan Pablo Villalobos, Alejandro Almazán y Bernardo Fernández BEF, entre otros, no han hecho sino reproducir el discurso oficial que atribuye la violencia a una constante lucha de cárteles de la droga que simultáneamente desafían e incluso rebasan el poder del Estado. Como es recurrente en la música popular, el cine y el arte conceptual sobre el narco, la mayoría de las narconovelas escritas en la primera década del siglo XXI abordan el fenómeno neutralizadas políticamente. Esto es el resultado de un habitus en el campo literario que premia las representaciones del narco que son consecuentes con la visión oficial que a diario refuerzan los principales medios de comunicación dentro y fuera de México.

Apenas unas cuantas semanas después del crimen de Ayotzinapa ocurrido el 26 de septiembre, el repudio nacional e internacional consiguió lo que no fue posible articular durante todo el sexenio de Calderón: un cortocircuito en la dominante hegemonía que responsabiliza a un abstracto "narco" de la violencia de Estado. Como anota Óscar de Pablo, la "probable colaboración del crimen...

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