Una refugiada centenaria

AutorAndrés Mourenza

ATENAS.- Sabria recordará el resto de su vida la primera vez que vio el mar. Los mareos, las ropas mojadas, pegajosas de salitre, adhiriéndose a su ajada piel, la humedad calando sus viejos huesos... y ese ser voraz y terrible que estuvo a punto de arrebatarle la vida.

Pese a que tiene más de 100 años sobre sus encorvadas espaldas, Sabria Khalaf jamás había visto el mar hasta hace unos pocos meses. Según sus documentos na-ció en una aldea del municipio de Tirbespi (Al Qahtaniya, en árabe), en el extremo no-roriental de Siria, en una fecha tan lejana como 1907; podría haber sido antes, quizás después. En aldeas como la suya inscribir a tiempo a los niños en el registro no era una de las prioridades familiares. Fue, definitivamente, cuando Siria aún pertenecía al imperio otomano.

"Mi padre nos explicaba que en la época otomana no había un verdadero gobierno. El poder real era el agá (señor feudal). Todo lo que se sabía del mundo se reducía a lo que se contaba en su habitación. El agá decía: 'El gobierno quiere tanto dinero' y la gente pagaba. Esa era nuestra relación con el gobierno otomano", relata Ka-nan, uno de los hijos de Sabria.

Por delante de esta anciana, a lo largo de décadas, han pasado un imperio, el protectorado francés, dos guerras mundiales y varias regionales, revoluciones, golpes de Estado... pero en Tirbespi las cosas apenas cambiaron.

A veces había que esconderse porque venían los franceses buscando rebeldes, luego llegaron los funcionarios del partido Baaz a requisar tierras. Como kurdos de Siria, a la familia de Sabria le fue despojada la ciudadanía en 1962 -no la recuperaron hasta 2011, ya empezada la actual guerra civil- y constantemente sufrían el acoso de las autoridades. Pese a ello, para Sabria el pueblo en que vivía lo era todo. "Era muy bonito. Todas las casas tenían bellos jardines y verdes huertos. Los vecinos me visitaban y se visitaban entre ellos. Para mí era el paraíso".

A comienzos del pasado otoño Sabria se vio obligada a iniciar su primer viaje fuera de la comarca. Probablemente el último. "En Siria no queda nada, Siria se acabó", suspira la anciana con una voz que se escurre como el hilo de agua de un grifo mal cerrado. En la casa familiar ya sólo vivían ella y su hijo Kanan con su mujer. Los hijos de éste habían escapado años antes a Alemania y Turquía. Sus hermanos también. Sabria era demasiado mayor para viajar, pero la situación era tan insostenible que no quedaba hacer otra cosa.

Los precios se...

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