Reforma sin reelección

(Exclusivo para medios impresos)Francisco Valdés UgaldeDirector de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) sede MéxicoEL UNIVERSALHace días tuve el honor de ser invitado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Consejo de la Judicatura a dar una charla a jueces y magistrados federales reunidos para capacitarse en torno a la inminente aplicación de las nuevas disposiciones en materia de derechos humanos.En la sesión de preguntas y comentarios un magistrado aseveró que el Poder Judicial "es el eslabón más débil del Estado mexicano".La contundencia de su afirmación me sacudió y evocó la lamentable relación de la Revolución Mexicana con la justicia. En 1928 Álvaro Obregón, antes de las elecciones de ese año y en campaña electoral, tuvo el atrevimiento de enviar una iniciativa a la Cámara de Diputados para reformar el procedimiento de designación de los ministros de la Suprema Corte. La Constitución de 1917 establecía que los candidatos a ministros eran designados por mayoría calificada del Congreso General (reunido en colegio electoral) a propuesta de las legislaturas de los estados. El decreto del caudillo fue aprobado por el Poder Constituyente en muestra de obsecuencia ejemplar. Ni qué decir de Lázaro Cárdenas, quien absorbió prácticamente el papel de juez supremo.En 1933 se impuso en la cúspide política la idea de crear un partido que unificara a todos los "revolucionarios", el PNR, y éste realizó entre sus actos fundacionales la supresión de la reelección legislativa y municipal. En Convención Nacional Extraordinaria de ese partido, su presidente, general Manuel Pérez Treviño, adujo los motivos para cancelar ese derecho político: "Es, a mi juicio, fundamental, que el principio esté por encima del derecho. La posibilidad de reelegirse es un derecho de ciudadano; la necesidad de renovarse es un principio de la Revolución. El derecho de los individuos, por debajo del derecho de las multitudes. Venimos, pues, a quemar un derecho en aras de un principio. Un derecho indiscutible, un derecho de ciudadanos. Por encima de los derechos de los ciudadanos, repito, están los principios, que son el derecho de las multitudes". Y agregó: "la obra que estamos realizando será obra positiva, será obra meritoria, porque está fundada esencialmente en actos de sinceridad y de renunciación de derechos. […] Saldremos de aquí habiendo cumplido con nuestro deber de ciudadanos, con la conciencia limpia y el pensamiento alto, porque...

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